jueves 27 de junio del 2024
El Diario del Maule Sur
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Opinión 21-05-2021
GERMAN SEGURA Y GONZALEZ EL MÊDICO LINARENSE DE LA ESMERALDA


Tras la desigual acción marítima de Iquique en 1879, el país tuvo un impacto enorme y la opinión pública cambió su concepto de aquella guerra, que, de impopular, se convirtió en un objetivo al cual todos quisieron concurrir. La nación adhirió a aquel conflicto con decisión y coraje.
Sucedió lo mismo con algunos estudiantes de medicina de la Universidad de Chile: Cornelio Guzmán, Alberto Adriazola y el linarense, Germán Segura y González, nacido en Huerta de Maule, provincia de Linares el 9 de marzo de 1855 y bautizado ese mismo día en la parroquia de la localidad por su tío el párroco José Miguel de Segura.
Vivió la infancia en Linares, esquina de Independencia y Lautaro. Fue alumno de la antigua Escuela 1, pero los archivos de ese establecimiento se extraviaron.
A los 10 años se matricula en el Instituto Nacional. Son sus condiscípulos Francisco Ferrada Troncoso y Francisco Javier Toro Barros, pero además comparte banco con German Riesco, más tarde Presidente de Chile, Lorenzo Saziè, hijo del eminente médico del mismo nombre, Manuel Barros Borgoño, además de los ya citados Alberto Adriazola y Cornelio Guzmán.
El 5 de abril de 1879, en el Diario Oficial, se autorizó al Presidente de la República para declarar la guerra al Perú. Segura está en el último año de medicina y junto a Cornelio Guzmán se presentan como voluntarios, ya que el ejército y la marina no tenían cirujanos. Los jóvenes son destinados a la Esmeralda. Segura pide no ser embarcado por cuanto no sabe nadar, pero se le asegura que esa nave “nunca estará en combate”.
El 9 de mayo de 1879 la Comandancia de Marina dicta el decreto 474 asignándolo a la Esmeralda con un sueldo de $ 50 pesos mensuales.
La vieja embarcación, junto a la Covadonga, quedan en Iquique bloqueando el puerto, mientras el Almirante Williams Rebolledo zarpa hacia el Callao, a enfrentar a los buques peruanos, en uno de los errores tácticos más notables de esa guerra, por cuanto el Huáscar y la Independencia, que ya venían hacia el sur, se ocultaron a la escuadra chilena y ésta no encontró a nadie en el puerto peruano.
El 21 de mayo, mientras el Almirante Rebolledo iniciaba un desesperado retorno al sur, sin carbón y en la certeza de la gigantesca equivocación cometida, Prat y Condell se aprestaron a enfrentar, con coraje, a los blindados enemigos. Los doctores Guzmán y Segura habilitaron una sala de enfermería bajo la cubierta y, con algunos insumos médicos, fueron curando, amputando o cerrando los ojos para siempre de los que eran traídos desde cubierta, heridos por la metralla peruana.
A las once de la mañana, un cañonazo del Huáscar prácticamente arrebató a un herido desde la mesa de operaciones de Segura, otro impacto destrozó los frascos de medicamentos y un tercer proyectil mató a dos hombres al lado del médico linarense, sin tocarlo y sin entender de “como se ha salvado”, tal cual narró después Vicente Zegers, oficial de la nave chilena, en carta a su padre.
Cuando ya poco o nada quedaba por hacer se les hizo subir a cubierta. Segura recordó después que muchos heridos fueron atados a tablones para que flotaran en caso de hundirse la corbeta.
Tras las embestidas del Huáscar, la nave chilena se hundió y los sobrevivientes quedaron flotando en el mar. El médico linarense, que no sabía nadar, se agarró de un barril junto a otro marinero. Grau envió botes a recogerlos y, al subir, un oficial los recibió cortésmente y les permitió cambiarse de ropa. El caballeroso almirante peruano les envió excusas por no venir personalmente a saludarlos, pero más tarde se acercó a Segura y le preguntó, disimuladamente, el andar de la Covadonga que huía hacia el sur tras hacer encallar a la “Independencia”. Suponiendo que intentaría perseguirla, la respuesta del linarense fue de “5 a 6 nudos”, cuando en realidad no superaba los 2. Esto hizo desistir al comandante de perseverar en su búsqueda.
Desembarcados en Iquique, fueron enviados a la localidad de Tarma, al interior de Perú. Tras la captura del Huáscar, se les canjeó por los prisioneros del barco peruano. En el caso de Segura, lo fue por el médico de monitor, Santiago Tavara,
Tras la guerra, Segura vino a Linares donde fue recibido apoteósicamente (antes lo fue en Valparaíso, junto a los restantes sobrevivientes de la corbeta). Se retiró de la marina como cirujano de fragata.
Tras su matrimonio en Concepción con Lucila Carter Robles (enlace del que nacieron 14 hijos), se radicó en Victoria, donde fue regidor y Alcalde. Además fue socio honorario del Cuerpo de Bomberos de esa comuna.
Finalmente vivió en Santiago en calle Riquelme 64, pero visitaba regularmente Linares. Estando en esta ciudad en marzo de 1920, sufrió una crisis diabética, falleciendo en la mañana del 27 de marzo de ese año. En su agonía repetía una frase que decía haberla oído a Prat: “Si llego a las 12, tengo ganada la batalla”. Murió en calle Independencia esquina Lautaro 588, en el mismo lugar donde se fundó el Liceo de Linares en 1875.
Fue trasladado al Mausoleo del Ejercito en Santiago y el 8 de abril de 1976 sus restos se llevaron a la Cripta de Prat en Valparaíso, pero en la lápida se equivocó su nombre, llamándolo Juan G. Segura. Después de varias gestiones nuestras, el Almirante Rodolfo Codina Díaz, Comandante en Jefe de la Armada, nos respondió con fecha 24 de agosto del 2007, reconociendo el error y haber ordenado el cambio de la lápida.
Una ley de la república, número 9.390 del 24 de septiembre de 1949, ordenó erigir un monumento al valeroso médico de la Esmeralda. La disposición alude a una estatua y no un monolito de escaso mérito y categoría como el que existe. Ignacio Serrano tiene una gran estatua en Melipilla. No sabemos por qué Linares no asume ese desafío.




JAIME GONZALEZ COLVILLE
Academia Chilena de la Historia
Freddy Mora | Imprimir | 2431