domingo 22 de septiembre del 2024
El Diario del Maule Sur
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Opinión 01-06-2022
La aguja y el hilo plomo

Hay episodios de nuestra niñez que nos marcan y nunca más los olvidamos. Hace muchos años y ya en el final de mi niñez, en el periodo que hoy se le llama pre-adolescencia, debía reparar un pantalón de colegio, aquellos de color gris o plomo según fuese lo estiloso del colegio. Digo reparar pues mi Madre con una mentalidad moderna nos había enseñado a ser lo que llamaba de proactivos y ella no me iba a coser ese pantalón abierto en las entrepiernas. Bien, estando en esa para mí, desagradable misión y no encontrando ni aguja ni hilo, no se me ocurrió nada más “adulto” que gritar lo suficientemente fuerte para que ella pudiese oír: “en esta casa no hay nada, ni agujas ni hilos”. Como era de esperar ella oyó y al poco tiempo llegó con una cajita de lata, de esas de galletas, conteniendo todo lo que yo reclamaba y mucho más. Pero la entrega no fue gratuita, no podía ser así. Ella mirándome fijamente me dijo: “Ricardo, era sólo que buscaras bien o que preguntaras, pero te digo algo, nunca te olvidarás de este día cuando de forma tan irrespetuosa reclamaste, sin considerar que me pudieses ofender y lo recordarás sobretodo, cuando en la vida te falte cualquier cosa”. Oh sí claro, debo haber pensado, seguro que me acordaré de esas palabras… ¡Ayayay Mamá!, la vida te ha dado cientos de veces la razón.
He querido contarles esta experiencia tan mía para hablarles sobre el Chile que estamos perdiendo, el Chile que cada día se nos distancia más y más.
Recuerdo como si fuese hoy cuando vivíamos en un país mucho más pobre, absolutamente lleno de miseria y plagado de carencias. Ese fue el País en el que nací y fui creciendo y que gracias al esfuerzo de esa “señora profeta” no tuve que sufrir. Nada sobraba, es claro, pero nada realmente vital nos faltaba.
Esa no era para nada la realidad del País, donde abundaba la pobreza, subyacente en el cotidiano de la mayoría de los chilenos.
Tomé conciencia de eso de una forma casi que novelesca. Estudiaba en un colegio particular de Ñuñoa, donde antes se habían educado mis tres hermanos mayores. Mi mejor amigo se llamaba Michel y éramos amigos de esos que yo llamo por diferencias. Les explico. Michel era como dice el gran Gary, con mucha “chispeza” y yo, en cambio, bastante tímido. Michel era crack con la pelota y yo de aquellos que “se marcan solos”. Michel nunca sabía nada de lo que daban en la tele y yo estaba súper informado. Lo mismo en cuanto a lectura de revistas e incluso de libros. Pero éramos grandes amigos. Sucedió que un día a la salida de clases seguí a Michel quien nunca me había dicho dónde exactamente vivía. No sabría decirles qué me motivó a seguirlo, dejémoslo en que fue curiosidad de niño. Bien, después de caminar bastante vi que Michel llegaba a un lugar absolutamente desconocido para mí, una manzana entera cerdada por un alto muro de ladrillos rojos y con un portón de madera, por donde él ingresó. La situación se dificulta pero yo ya estaba ahí así que a tomar coraje y abrí el portón. Se presentó ante mí amigos, otro mundo, uno que no conocía. Casas o cuartos por llamarlos de alguna forma, literalmente de madera y cartones, calles barrosas por donde corrían zanjas abiertas y pestilentes. Había entrado a lo que en aquel entonces y con mi absoluta ignorancia se les llamaba como una “población callampa”. Salí, o por mejor decir, huí de ahí. Nunca se lo comenté a Michel ni a nadie del colegio, cómo podría.
A ver, alguien hasta aquí podrá decir de qué cambios hablo si hay evidencias reales de que esas “poblaciones callampas” han vuelto a existir. Las hay en muchas ciudades y es verdad. Pero me pregunto, ¿desde cuándo volvieron? Creo, sin ningún temor de equivocarme, que esa miseria es absolutamente coexistente con la desbocada emigración que comenzó hace diez o doce años a afectar la estabilidad social de Chile. Pero es que no hay lógica alguna en que en tan corto período de tiempo un País de las características de Chile reciba de forma forzada a un volumen de población tan grande.
Volviendo a mi niñez y pasando luego a mi juventud, fui testigo de cómo Chile se fue desarrollando, donde cada vez más familias abandonaron la miseria, muchísimas más la pobreza, fortaleciendo un nuevo País con más y mejores oportunidades.
Pero eso no era positivo para un sector político, aquel que usufructúa de la miseria, o más bien de la condición de miseria de las personas. Claro, perdían “clientes” y al no tenerlos se debilitaban. Entonces el eslogan cambió y pasó a ser la “igualdad”. No pues, cómo fulano va a tener más que tú, no es justo, si “somos todos iguales”. Hay que quitarles a los ricos.
Chile se está perdiendo y lo bueno que se logró desapareciendo y volvemos a ser el País de mi niñez. Pobre, con miseria y con “poblaciones callampas”. Ah, pero tranquilos, con mucha más igualdad.


Ricardo Alvarez Vega
Contador auditor
Freddy Mora | Imprimir | 960