lunes 23 de septiembre del 2024
El Diario del Maule Sur
FUNDADO EL 29 DE AGOSTO DE 1937
Hoy
Opinión 29-08-2021
La Tradición de los Antepasados…



Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras, de la vajilla de bronce y de las camas. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?” Él les respondió: “¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos». Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”.
Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre”.
(Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23)
Para tener en cuenta…

La controversia que se establece en este pasaje del Evangelio según San Marcos entre Jesús y los Fariseos, nos invita a detenernos a mirar más de cerca una cuestión fundamental: cómo es la calidad de las relaciones que establecemos en ese ámbito de nuestra vida que llamamos Religión; cuál es nuestra actitud frente a los ritos y tradiciones que hemos recibido de nuestros padres, con los cuales expresamos, hacemos visible y público lo que pensamos, creemos y sentimos acerca del vínculo que nos une a Dios y a quienes comparten esa misma vivencia de fe.

Es preciso, sin embargo, hacer algunas consideraciones de carácter antropológico y cultural para poder entender en qué honduras está penetrando este Evangelio.

Las acciones rituales son parte constituyente del modo como nos relacionamos con el Señor, no han nacido simplemente porque sí, porque a alguien se le ocurrió que las cosa fueran tal como son, sino por la necesidad que sentimos de manifestar, reconocer y compartir con otros, de manera visible aquello que constituye nuestro universo invisible; estamos los seres humanos abiertos a la trascendencia, nos es connatural la apertura hacia aquello que no vemos con nuestros ojos, pero que nos llena de inquietud y de esperanza, y la necesidad de responder a Aquél, de quien de alguna manera sentimos y afirmamos, nos ha puesto en medio del mundo para establecer con nosotros un diálogo de amor; nos sentimos llamados además a comunicar entre nosotros esa inquietud y esa esperanza, que nos parece un tesoro para compartir.


Sin embargo este vehículo que son las acciones rituales conlleva un riesgo que también acecha en el fondo de nuestra mentalidad, se trata del riesgo de olvidar que el signo es precisamente eso y solo eso: un signo; que éste nos remite por evocación a otra realidad, invisible, trascendente, y comenzar por tanto a cultivar el signo ritual por si mismo y desde si mismo, como si se tratara de una acción de carácter mágico, que si no se hace de un modo puntilloso y estricto, pierde entonces su eficacia, que si no se hace del exacto mismo modo como siempre se ha hecho entonces carece de toda validez.

Aquí se encuentra el centro de los cuestionamientos cruzados entre Jesús y los Fariseos, estos últimos, aferrados a la tradición ritual de sus mayores, cuidadosamente depurada hasta el más mínimo detalle; Jesús, por su parte, emplazándolos a comprender que primero que los ritos está el hombre, que éstos están a nuestro servicio para venir en nuestra ayuda en el intento por responder a la llamada del Señor; que lo que verdaderamente importa no es el templo, sino el Dios que se oculta y se revela habitando en su interior. Que una religiosidad centrada en lo externo, en los ritos y en los gestos, por bellos y venerables que éstos sean, termina convirtiéndose en un asunto de museo, rígida en la perfecta concreción de sus más ínfimos detalles, pero incapaz de dar cuenta del diálogo amoroso para el cual hemos sido creados, diálogo que nos implica por entero: lo que pensamos y sentimos, lo que hacemos y decimos, pero también -y sobretodo- aquello que -difícilmente expresado de otra manera- late dentro nuestro y se esfuerza muchas veces con dificultad por salir al encuentro del Señor; diálogo que se va enriqueciendo a medida que vamos incorporando las infinitas voces de la experiencia humana a la inagotable, persistente y única llamada que nos conduce a la vida, brotando incontenible del amor con que Dios se prodiga hacia nosotros.


Raúl Moris G. Pbro.
Freddy Mora | Imprimir | 790