UN ENCUENTRO EN LA PALABRA Taller Literario de la “AGRUPACIÓN CULTURAL GERMÁN MOURGUES BERNARD”

29-04-2025


EL RELICARIO

Mariano Roca

Había llegado durante la mañana, nadie lo conocía. Lo habían encontrado inconsciente en la calle del mercado, entre los puestos de frutas y verduras, con un olor a especias adherido a su piel. Algún buen samaritano había llamado a una ambulancia, quizás un cliente o un vendedor ambulante de corazón compasivo. Revisaron entre sus ropas gastadas buscando algún indicio de su identidad, pero encontraron solo polvo, la vaga fragancia a especias y, colgado al cuello, un relicario con la fotografía de una joven. Así, ingresó en el hospital como un NN. Era un alma y un cuerpo sin nombre, tendido en un lecho blanco.
Su mente afiebrada comenzó a tejer hilos de conciencia mientras el sol de la mañana se filtraba entre las cortinas de la habitación. Sintió que era de día y que sus padres, especialmente su madre, estarían molestos porque aún permanecía en la cama, sobre todo siendo martes, día de colegio. Trató de levantarse, pero un fuerte dolor lo invadió, un dolor que parecía envolverlo como una sombra. Pensó que estaba enfermo, quizás con fiebre alta, y que por eso le habían permitido quedarse en cama. Sin embargo, no recordaba haberse sentido mal los días anteriores. De hecho, por más esfuerzos que hacía, no podía recordar nada de la última semana. Era como si una niebla densa hubiera borrado su vida reciente. El cansancio lo venció, y se durmió de nuevo.
Nadie sabía quién era ese hombre. Su estado era delicado, y permanecía inconsciente, solo por momentos parecía recuperar la conciencia, para luego desvanecerse en un sueño profundo, un laberinto de imágenes fragmentadas y emociones entumecidas. La enfermera encargada de la sala, una mujer de mediana edad con ojos cansados pero amables, cumplía su rutina con rigurosidad. Miró el rostro pálido y sereno del desconocido, y pensó: "Qué extraño es todo esto, no parece un indigente. Hay algo en su mirada, incluso en la inconsciencia, que sugiere una vida diferente". Y siguió su ronda.
Mientras pensaba que era extraño seguir en cama a esas horas, le pareció escuchar ruidos en la planta baja, el tintineo de platos y el murmullo de voces familiares. "Debe ser mamá preparando el almuerzo", pensó, mirando hacia la ventana. Pero la luz era extraña, como si viniera de todas partes a la vez. Entonces, recordó que la semana pasada había aprendido las primeras letras del abecedario y que se había divertido jugando con ellas, formando palabras con sus padres. Buscó su silabario, pero no lo encontró. Trató de levantarse, pero una fuerza extraña lo retenía en la cama, como si alguien lo hubiese atado a ella con hilos invisibles. Sintió miedo, cerró los ojos y se cubrió con las cobijas, esperando que la pesadilla terminara.
En su inconsciencia, escuchó la voz distante de un médico: "El paciente siete murió repentinamente de un infarto". Sintió la presencia de la enfermera, que le tomaba los signos vitales con manos frías. El médico comentó: “Parece que nada ha cambiado. Esperaremos hasta el viernes por si aparece algún pariente”.
La enfermera, una joven de carácter alegre y compasivo, observó el rostro sereno y enigmático del paciente. "Sí, debió ser un hombre de buena familia, educado y culto. Se nota en sus rasgos una nobleza silenciosa que a pesar de los años conserva cierta belleza y distinción". Anotó los signos vitales, la lentitud del pulso, la fragilidad de la respiración, y se preparó para continuar su ronda.
"Creo que el sábado, aunque no estoy seguro, fui con mis padres al zoológico. Era un hermoso día de verano y las flores seguían al sol con sus pétalos abiertos".
La enfermera salió de la sala, dejando al paciente desconocido en su letargo, rodeado de sombras y recuerdos fragmentados. Afuera, el pasillo era un laberinto de luces parpadeantes, una metáfora de la vida y la muerte. El aire quieto dejaba oír el zumbido de los aparatos médicos que sonaban como una sinfonía de la fragilidad humana.
De repente, el paciente se agitó. Sus ojos se abrieron, llenos de melancolía, como si viera escenas de un pasado lejano. Sus labios se movieron, murmurando palabras incomprensibles. "Recuerdos... fragmentos... ella... el jardín... las cartas..."
La enfermera se acercó, intrigada. Notó que el paciente tenía en sus manos la fotografía de la joven. "¿La conoce?", preguntó.
El desconocido la miró, con confusión y súplica. "No... o… tal vez sí... los recuerdos son como arena que se me escapa".
En ese instante, una lágrima rodó por la mejilla del desconocido. La enfermera notó un detalle que antes había pasado por alto: el relicario que colgaba de su cuello estaba abierto y en el otro lado, junto a la foto de la joven, había una pequeña inscripción grabada: "A mi amado hijo".

http://www.diarioelheraldo.cl/noticia/un-encuentro-en-la-palabra-taller-literario-de-la-agrupacin-cultural-germn-mourgues-bernard-46 | 29-04-2025 04:04:22