Jaime Gonzàlez Colville
Academia Chilena de la Historia

A mediados del siglo XIX, en 1857, nace en Desio, localidad de la región de la Lombardía en Italia, Ambrogio Damiano Ratti, uno de cuatro hermanos, hijos de un maestro que trabaja en seda.
Los niños crecen en un ambiente religioso y no es extraño que Ambrogio Damiano opte por el sacerdocio, donde ingresa en 1879. Es de mente clara, muy estudioso y su ordenación está rodeada de excelentes calificaciones. Asciende rápido y luego llega a esferas de selección en la Iglesia de Roma.
Otro de sus hermanos, Cipriano, busca horizontes más amplios y en 1904, con su esposa María Maga y sus hijos Gioconda, Fernando y Juan, se embarca hacia América, más precisamente, Chile.
Aquí hay numerosos compatriotas que le han precedido. Vive En Talca y luego en San Javier, donde hace amistad con Macchiavello, Traverso, Pincetti y otros hijos de la patria lejana, que también tientan suerte por estas tierras. Cipriano es maestro de música y forma un pequeño coro para el templo local, pero luego es amigo de Jerónimo Lagos Lisboa, entonces un joven poeta, lector de los clásicos helénicos, por lo que el entendimiento entre ambos es rápido y fluido.
Lagos le invita a Nirivilo, entonces próspera comuna de lavaderos de oro y donde es Alcalde otro poeta: Jorge Gonzàlez Bastías. Los tres, muy devotos, concurren a la novena de la Virgen del Carmen, en el templo erigido en 1832 por donación de doña Petronila Meza, pariente de O’Higgins.
La festividad es seguida del tradicional “chancho muerto”, donde se degustan los diversos platos que otorga esa opción culinaria.
El italiano hace buenas “migas” con los poetas locales. De vez en cuando debió llegar Mariano Latorre, reuniendo datos para su novela “Zurzulita” o Víctor Domingo Silva, enredándose en tertulias de largo aliento.
Cipriano Ratti adquiere una propiedad en Lumaco, para establecer a su familia. Pero no suspende ni deja su franca camaradería literaria con los poetas sanjavierinos.
La apacible vida del italiano tiene un grato sobresalto a fines de febrero de 1922: su hermano Ambrogio ha sido elegido Papa, tras la muerte de Benedicto XV. La noticia, desde luego, recorre el mundo.
Pero el nuevo Pontífice pide a su hermano Cipriano se vaya a Roma para ayudarle en la pesada tarea. Es época de post guerra y también etapa de inestabilidad. Cipriano no puede desoír el llamado fraterno y embarca hacia Roma dejando a su familia en Chile. Piensa volver luego. Pero no sabemos si lo hizo.
Se despide de sus cófrades sanjavierinos. Dos meses después Lagos Lisboa le escribe. Junto con reiterarle su afecto, le pide que solicite a su “Santo Hermano Pontífice”, designe Patrona de Chile a la Virgen del Carmen.
El 16 de noviembre de 1922 responde Cipriano. Refiere que añora a Chile y manifiesta que pedirá a SS por el deseo que le plantean, pero se apresura a manifestarle que ello es tema para “varios años”, por las múltiples tareas que enfrenta Pio XI.
Sin embargo el 21 de octubre de 1923, el Pontífice designa a la Virgen del Carmen “Patrona de Chile”. Lo hace antes de los 53 santos y más de 500 beatificaciones que tiene en preparación. Al parecer, el poder de convencimiento de Cipriano es respetable.
Hay alegría en Chile, pero pocos saben cómo surge y se concreta este hecho. La carta de Cipriano a Lagos Lisboa, fechada en “Cita Vaticano”, Roma, lleva un pequeño sello papal en su extremo izquierdo y apareció ante nuestros ojos, no hace mucho.
Un episodio más de la amplia e ignota historia del Maule.