domingo 05 de enero del 2025
El Diario del Maule Sur
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Opinión 03-01-2025
Solemnidad Santa María Madre de Dios - Ciclo "C" Enero de 2025
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María es Madre de Dios. Y esa verdad que recibimos desde que nos dan los primeros conocimientos de nuestra religión, se dice tan fácilmente, pero -si nos fijamos bien- es un milagro colosal, incomprensible, infinito. Tampoco, por cierto fue siempre aceptada esta verdad. La Iglesia tuvo que convocar un Concilio, el de Éfeso, en el año 431 para condenar una herejía que pretendía demostrar que María era madre de Jesús-Hombre más no de Jesús-Dios. Y desde ese momento “María, Madre de Dios” es dogma de fe para los cristianos.

Pero... ¿qué significa, entonces, para una creatura humana ser Madre de Dios? ¿Hemos pensado en esto alguna vez?

1.- Fijémonos en lo siguiente: todas las madres son madre de la “persona” de su hijo. Y ese hijo es una “persona”, compuesta de alma y cuerpo. ¿Qué aporta la madre al hijo? Aporta, sin saber ni cómo, la parte material de esa persona, que es el cuerpo. Ni la madre -ni tampoco el padre- aportan el alma. Dios es Quien infunde el alma, y esto convierte a cada creatura en “persona humana”. Así sucede en la concepción de cada uno de los seres humanos. Y papá y mamá son padres de una persona. No hacemos diferenciación de que si aportaron sólo el cuerpo, son padres sólo del cuerpo y no del alma de su hijo(a), la cual vino directamente de Dios.

2.- Pero... ¿qué sucedió con Jesús? Dicen los teólogos que Cristo no es persona humana, sino “divina”, aunque tenga una naturaleza humana desprovista de personalidad humana, que fue sustituida por la personalidad divina del Verbo en el mismo instante de la concepción de la carne de Jesús. (cfr. A. Royo Marín o.p. “La Virgen María”)

3.- Se deduce de esto que la Santísima Virgen María realmente concibió y dio a luz según la carne a la “persona divina” de Jesús, pues es la única “persona” que hay en El. Por esto es que María es llamada con toda propiedad “Madre de Dios”.
Podría argumentarse: María no concibió la naturaleza divina de Jesús. Es cierto. Pero tampoco conciben las demás madres el alma de sus hijos, pues ésta viene directamente de Dios.

4.- Todas las madres son madre de la “persona” de su hijo. Y ese hijo es una “persona”, compuesta de alma y cuerpo. ¿Qué aporta la madre al hijo? Sin saber ni cómo, aporta la parte material de esa persona, que es el cuerpo. Ni la madre -ni tampoco el padre- aportan el alma. Y papá y mamá son padres de una persona. No distinguimos que, por haber aportado sólo el cuerpo y no el alma de su hijo(a) -la cual vino directamente de Dios- son padres sólo del cuerpo.

5.- La Santísima Virgen María concibió, entonces, una persona. Como esa persona que es Jesús no era “persona humana”, sino “divina”, sabemos que María es verdaderamente “Madre de Dios”. Eso fue lo que declaró solemnemente el Concilio de Éfeso. Eso es lo que celebramos el primer día de cada Nuevo Año.

6.- La Santísima Virgen María es, entonces, verdaderamente Madre de Dios porque su Hijo, Jesucristo, no sólo es Hombre, sino también Dios. No podía María, entonces, engendrar la divinidad de su Hijo, que como Dios es eterno, pero sin duda es Madre de Jesucristo que es Dios. Luego, es Madre de Dios. Así lo reconoció su prima Santa Isabel cuando,” llena del Espíritu Santo” ante la presencia de María, exclamó: “¿Quién soy yo para que venga a verme la Madre de mi Señor”? (Lc. 1, 41-43).

7.- Todas las gracias, dones y privilegios excepcionales de María se derivan del hecho de su maternidad divina, inclusive los recibidos cronológicamente antes de ser hecha Madre de Dios, como, por ejemplo, su Inmaculada Concepción. Así también, todas las gracias, dones y privilegios que nosotros recibimos son causados por ser María Madre de Dios, porque “concibiendo a Cristo, engendrándolo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó... con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra Madre en el orden de la gracia” (LG 10).

8.- Por ello, en este ambiente de celebración del Nacimiento del Hijo, la Iglesia nos invita a celebrar el primer día de cada año a María, Madre de Dios... y Madre nuestra, feliz anexo que la moderna piedad popular ha agregado a esa oración: “Bendita sea por siempre la Santa Inmaculada Concepción de la Bienaventurada siempre Virgen María, Madre de Dios... y Madre nuestra”.

9.- “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, para rescatarnos, a fin de hacernos hijos suyos. Puesto que ya somos hijos... podemos exclamar ‘¡Abba!’, que quiere decir ¡Papá! ¡Papito!” (Gal. 4, 4-7). Parodiando a San Pablo, puesto que ya somos hijos, si podemos llamar así al Padre, también podemos llamar a la Madre: ¡Madre! ¡Madrecita! ¡Mamá! ¡Mamita!

10.- Y “tanto amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3, 16). Así también, parodiando a San Juan Evangelista, podemos con propiedad decir que “tanto nos amó María, que también Ella, nos entregó a su Hijo único, para que todos tengamos vida eterna”.

11.- Por eso Ella, que nos ha engendrado a tan alto precio -nada menos que al precio de la vida de su Hijo amadísimo- quiere que vivamos como verdaderos hijos suyos y del Padre Eterno. Pero pareciera que nosotros no queremos vivir así. Decimos que queremos las gracias que nos vienen por manos de la Virgen, pero también queremos nuestra voluntad. Y las dos cosas no pueden ir juntas. Decimos que queremos vivir bajo el manto de la Virgen, pero también queremos vivir bajo el manto de nuestros caprichos. Decimos que queremos recibir los dones divinos, pero creemos que nuestros propios deseos son más importantes que esos dones.

Conclusión: Por eso en este primero de año (1 de enero) podríamos escribirle al Señor una carta en blanco, que comenzara en imitación a la Madre de Dios, por un “Hágase en mí según tus deseos” y terminara con un “Amén. Así sea”, dejando que El, Padre infinitamente Sabio y Bondadoso, la llenara de sus deseos, de sus designios, de sus planes para nuestra vida. Así podremos recibir desde este primer día del año la bendición con las palabras que Dios mismo nos dejó: “El Señor los bendiga y los guarde, haga brillar su rostro sobre ustedes y les conceda su favor, vuelva su mirada misericordiosa a ustedes y les conceda la Paz” (Num. 6, 22-27

(*)Mario A. Díaz Molina es Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación. Egresado de la Universidad Católica del Maule.


























Freddy Mora | Imprimir | 180