lunes 05 de mayo del 2025
El Diario del Maule Sur
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Hoy
Opinión 07-05-2023
CREER EN JESÚS, CREERLE A JESÚS
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Raúl Moris G, Pbro.



Jesús propone un desafío a sus Apóstoles en este Evangelio, el mismo desafío que llega a nosotros también y con la misma urgencia: Creer en Él y creerle a Él.

Creer que Él es quien dice que es: el Hijo de Dios, el Revelador del rostro del Padre, y creer que lo que nos propone, es lo que nos conviene para nuestra salvación, creer que sus palabras nos conducen a la vida; (en otro pasaje, el mismo Evangelio de Juan, pondrá en labios de Pedro la confesión de fe que aquí se presenta como exigencia de seguimiento en la prueba: “Señor, a quién iremos, Tú tienes palabras de vida eterna, nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios ”(Jn 6, 68-69).

El verbo “Creer” (en gr. Pistéuo) nos ofrece estas dos dimensiones; una objetiva: la que nos pone en relación con un objeto, respecto del cual declaramos su existencia y la afirmamos desde una certidumbre que no necesita una evidencia comprobada, la certidumbre de la fe: esta dimensión se refiere fundamentalmente con contenidos, con un corpus doctrinal que aprendemos, afirmamos y transmitimos; esa dimensión la expresamos, por ejemplo, cuando recitamos los artículos del Credo.

Pero “Creer” también comporta una dimensión subjetiva (en el sentido de que nos conecta entre sujetos) “Creer”, confiar en la solidez de las palabras pronunciadas, es el principio de toda relación vinculante con otro.

Los Apóstoles interpelados por Jesús, sin duda, creían en el Dios revelado por Jesucristo, y creyeron también en que Él era el que había sido anunciado por los profetas y esperado por siglos, con ansias, por el Pueblo de Israel; sin embargo respecto del resto de sus palabras, en relación a las promesas que de ellas emanan y a sus exigencias, parece que todavía, en el momento de la despedida, en el que se sitúa este relato, se cernía una sombra de incertidumbre no menor, que afectaba la entereza de estos Discípulos; situación que Jesús acusa, con el verbo que abre esta intervención: no se inquieten (en gr. mē tarasséstho hümon hē kardía: que no se estremezca el corazón de ustedes).

Para poder situar este desafío que nos está haciendo Jesús en nuestra propia vida de creyentes, será preciso que nos detengamos un momento en uno de los puntos centrales de este relato, la declaración de Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”; y hacernos al menos dos preguntas: ¿Qué está entendiendo el Evangelista con estas palabras de Jesús? y ¿Por qué estas tres palabras, que se inscriben dentro del universo de significados que estos hombres nacidos en el seno de la tradición del pueblo de Israel, las recuerda precisamente en este pasaje en donde está hablando de la fe de los apóstoles?

Camino, apela a la memoria de un pueblo en marcha que, en su andar, se encuentra con un Dios que se revela, que lo acompaña, que lo conduce, Camino, resuena con los ecos de la aventura emprendida por Abraham, el “Padre de la fe”, con el Éxodo de Moisés y el pueblo de Israel desde Egipto a la liberación.

Éste es un Evangelio escrito para un nuevo pueblo peregrino: la Iglesia, que también ha hecho la experiencia del encuentro en el camino con el Señor, que manifiesta el don del Padre (Jn 4, 5-26), que explica las Escrituras en el camino (Lc 24, 13-35), que invita entrar en el camino; Camino va a decir relación con un proceso gradual de acercamiento, de acompañamiento, de creación de vínculos: en el camino los peregrinos aprenden a hacerse compañeros, solidarios, aprenden a desarrollar el don de hacerse unos con otros el regalo máximo de la confianza; el Camino es el espacio de la experiencia, de la confianza que va siendo ganada en el andar paso a paso.

La fe en Jesucristo no consiste fundamentalmente en un aprendizaje intelectual de una doctrina, de un catecismo teórico; pero tampoco consiste en un aprendizaje sentimental, en una colección de momentos que me emocionan; la fe en Jesús se va labrando y va asentándose, en la medida en que nos atrevemos a hacer con Él, y de su mano, el éxodo que nos propone, camino que nos sale al encuentro con todas las vicisitudes de la marcha, que no siempre es ligera, que muchas veces se torna ardua, difícil de soportar, llena de encrucijadas en las que tenemos que detenernos para optar por dónde seguir; pero es allí, en el camino en donde se nos regala la experiencia de saber quién es el que va con nosotros, quién ha decidido salir a nuestro encuentro, converger con nosotros en este andar, delante, al lado y detrás nuestro, guiándonos, sosteniéndonos, confortándonos, reprendiéndonos, consolándonos, cuidando que nuestros pies no sigan tropezando.

En esta misma línea se inscribe también el segundo término: Verdad, para el pueblo de Israel, es sinónimo de “Fidelidad”, de palabra empeñada y mantenida; Verdad es lo único que puede salir de la boca del Señor, que nunca se desdice, que cumple las promesas; Verdad es revelación del Misterio de Dios, que por amor se acerca a la humanidad, le muestra su rostro, la invita al seguimiento, y haciéndose hombre, la llama a compartir su Vida; Verdad es lo que pronuncia la voz de aquel en quien hemos confiado y no nos engaña cuando nos dice que el camino que nos ha invitado a recorrer - arduo y trabajoso, lo sabemos- conduce a la Vida, porque se trata del seguimiento de los mismos pasos de quien ha entregado su Vida para que nosotros la encontremos en plenitud.

Vida, que es una de las primeros títulos que el Evangelio de Juan, en el prólogo le dedica a Jesús: aquel que desde el comienzo, desde la creación nos ha dado la vida de parte del Padre, es este mismo que ha venido a iluminar con su vida a los hombres, que no obstante se obstinan en permanecer entre tinieblas; Vida, que estamos llamados a entenderla en clave pascual: solo después de la experiencia del Resucitado, que se deja ver por sus Discípulos, éstos habrán comprendido realmente qué estaba diciéndoles Jesús cuando se presentaba ante ellos con el título de Vida.

Camino, Verdad y Vida, son términos inseparables en la experiencia que esta comunidad ha hecho con Jesús, y por eso este Evangelio es desafío y reproche a la fe de estos discípulos: Desafío, porque el que se presenta ante ellos como el Fiel y Verdadero exige una respuesta acorde.

Reproche, porque estos discípulos que llevan largo tiempo caminando con el Señor, todavía ofrecen resistencia a creer quién es Jesús, y a creerle, cuando les revela el rostro misericordioso del Padre, bajo los rasgos de su mismo rostro, de sus mismos gestos y de sus palabras y acciones; todavía ofrecen resistencia a la invitación a responder a su llamada.

Desafío, por tanto, a darle respuesta con el mejor regalo que podemos hacer de nosotros mismos: con nuestra capacidad de entregarnos sin reservas en manos de otro -como Cristo, el Hijo, lo hace con el Padre- con nuestra capacidad de vivir generando confianzas, al confiar en otro, nuestra capacidad –recibida ella misma como don- de creer en que hay alguien junto a nosotros que no quiere ni puede mentir y que por eso mismo espera de nosotros palabras y gestos verdaderos, que construyan comunidad; y con nuestra capacidad de ponernos al servicio de la verdad y de la vida, capacidad ejercida durante la marcha, concluida la cual, no habremos de dejar atrás el mundo tal como lo hemos recibido, como si fuésemos turistas, o usuarios, que pasan como espectadores, sin mayor compromiso a través de él, sino como ciudadanos que se han hecho responsables, que han tomado partido, que han asumido con lucidez y valentía la tarea de penetrar en sus estructuras, para transformarlas desde dentro, para transfigurarlas con la humanidad que brota de la experiencia de Cristo.

El que es Camino, Verdad y Vida espera compartir su vida con aquellos discípulos también verdaderos, es decir, confiados en Él, y –por lo mismo- confiables, que no se empeñen en evadir las exigencias, las etapas escarpadas y angustiosas del camino, sino que permaneciendo, perseveren en él, porque han adquirido con firmeza la convicción de que del Padre hemos salido y hacia Él nos dirigimos, y este retorno sólo puede hacerse, recorriendo el trayecto trazado por el caminar de Cristo, que ha abierto la senda con sus huellas, erigiéndose como única puerta de salvación.

El que es Camino, Verdad y Vida, quiere que no sólo declaremos que creemos en Él como Hijo de Dios, como Dios Vivo y Verdadero, sino también que adhiramos con la inteligencia y el corazón al contenido de sus palabras: que tengamos la certeza de que, aunque la senda que nos ha trazado no nos exime del dolor, nos conduce certera hacia nuestra propia Resurrección.

Que en esta Resurrección nos quiere tan diversos como nos ha diseñado desde el mismo momento en que nos convocó a la vida el día de nuestra concepción, porque la diversidad es un don precioso que brota de su misma plenitud de vida (y por eso las “habitaciones” del cielo están hechas a Su medida, que ha de ser la nuestra, sin que dejemos de ser nosotros mismos).

Que a Dios no es preciso buscarlo a través de mitos, peregrinas filosofías, o complejas y desencarnadas gimnasias espirituales, sino mirando su rostro: el de ese Cristo, que sabe caminar en medio de los hombres y alimentarnos con su cuerpo y con su sangre en cada Eucaristía, hasta que nuestro andar se encuentre con sus pasos, a las puertas de la casa del Padre, que nos ha creado para que estemos con Él.


Freddy Mora | Imprimir | 453