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jueves 21 de noviembre del 2024
Opinión 11-01-2024
Desafíos de la IA como prótesis cognitiva
Bernardo Pino
Director del Grupo de Investigación del Instituto de Inglés (IDI)
Universidad de Las Américas
A partir de este año, una parte significativa de la humanidad experimentará una creciente integración de la inteligencia artificial (IA) en la vida diaria. Los potenciales beneficios son numerosos, como lo muestra su aplicación en la detección temprana de incendios forestales, el diagnóstico de enfermedades, los medios de transporte autónomos y modelos de lenguaje basados en GPT.
El Centro para la Investigación e Innovación Educativa de la OECD ya vislumbra el vertiginoso impacto de un nuevo tipo de robots de laboratorio en ciertos campos de la ciencia, así como el uso de inteligencia artificial para la generación de nuevas hipótesis científicas a partir de rápidas revisiones bibliográficas de gran escala. Se hace oportuno, por lo tanto, reflexionar acerca de las implicancias y el alcance que puede tener la incorporación de tecnologías IA en nuestra sociedad.
Desde hace algunas décadas, diversos filósofos interesados en los avances de la ciencia cognitiva han teorizado en torno a la interacción entre humanos y tecnologías. Algunos argumentan que nuestra inclinación natural hacia el uso de artefactos para potenciar el rendimiento cognitivo refleja algo más profundo y fundamental acerca de nuestra especie. La idea es que no utilizamos simplemente herramientas para resolver tareas específicas, sino que cualquier tipo recurso externo, bajo ciertas condiciones, se puede constituir, literalmente, en una extensión de nuestros procesos mentales. Esto implica una concepción del ser humano como una especie de cyborg, pero no como los retratados en el cine y la ciencia ficción, sino que “cyborgs nacidos de manera natural”, con un componente biológico capaz de aumentar nuestras capacidades gracias a las “prótesis cognitivas” que nos ofrece su entorno. De ser así, la importancia del acceso equitativo a ciertas extensiones cognitivas, en un mundo cada vez más tecnologizado, no se puede subestimar.
Si bien esta hipótesis puede resultar algo controversial, la relación cada vez más cercana y cotidiana que tenemos con las nuevas tecnologías en casi todos los ámbitos de la vida es innegable. Con la adopción generalizada de la IA, este nuevo panorama plantea cuestiones éticas que exigen una cuidadosa consideración: equilibrio entre sus beneficios y la privacidad del usuario, posibles sesgos raciales en algoritmos de reconocimiento facial, responsabilidad de daños causados, desempleo masivo como resultado de procesos de automatización, grado de autonomía de la inteligencia artificial, consideraciones éticas en el comercio, la política y los desarrollos militares basados en ella, entre tantas otras.
Nuestras resoluciones para el 2024 debieran incluir un diálogo reflexivo sobre la integración responsable y ética de la IA en una sociedad menos desigual, comenzando por establecer estándares de transparencia y diseño que salvaguarden el bienestar humano en ecosistemas digitales.
Director del Grupo de Investigación del Instituto de Inglés (IDI)
Universidad de Las Américas
A partir de este año, una parte significativa de la humanidad experimentará una creciente integración de la inteligencia artificial (IA) en la vida diaria. Los potenciales beneficios son numerosos, como lo muestra su aplicación en la detección temprana de incendios forestales, el diagnóstico de enfermedades, los medios de transporte autónomos y modelos de lenguaje basados en GPT.
El Centro para la Investigación e Innovación Educativa de la OECD ya vislumbra el vertiginoso impacto de un nuevo tipo de robots de laboratorio en ciertos campos de la ciencia, así como el uso de inteligencia artificial para la generación de nuevas hipótesis científicas a partir de rápidas revisiones bibliográficas de gran escala. Se hace oportuno, por lo tanto, reflexionar acerca de las implicancias y el alcance que puede tener la incorporación de tecnologías IA en nuestra sociedad.
Desde hace algunas décadas, diversos filósofos interesados en los avances de la ciencia cognitiva han teorizado en torno a la interacción entre humanos y tecnologías. Algunos argumentan que nuestra inclinación natural hacia el uso de artefactos para potenciar el rendimiento cognitivo refleja algo más profundo y fundamental acerca de nuestra especie. La idea es que no utilizamos simplemente herramientas para resolver tareas específicas, sino que cualquier tipo recurso externo, bajo ciertas condiciones, se puede constituir, literalmente, en una extensión de nuestros procesos mentales. Esto implica una concepción del ser humano como una especie de cyborg, pero no como los retratados en el cine y la ciencia ficción, sino que “cyborgs nacidos de manera natural”, con un componente biológico capaz de aumentar nuestras capacidades gracias a las “prótesis cognitivas” que nos ofrece su entorno. De ser así, la importancia del acceso equitativo a ciertas extensiones cognitivas, en un mundo cada vez más tecnologizado, no se puede subestimar.
Si bien esta hipótesis puede resultar algo controversial, la relación cada vez más cercana y cotidiana que tenemos con las nuevas tecnologías en casi todos los ámbitos de la vida es innegable. Con la adopción generalizada de la IA, este nuevo panorama plantea cuestiones éticas que exigen una cuidadosa consideración: equilibrio entre sus beneficios y la privacidad del usuario, posibles sesgos raciales en algoritmos de reconocimiento facial, responsabilidad de daños causados, desempleo masivo como resultado de procesos de automatización, grado de autonomía de la inteligencia artificial, consideraciones éticas en el comercio, la política y los desarrollos militares basados en ella, entre tantas otras.
Nuestras resoluciones para el 2024 debieran incluir un diálogo reflexivo sobre la integración responsable y ética de la IA en una sociedad menos desigual, comenzando por establecer estándares de transparencia y diseño que salvaguarden el bienestar humano en ecosistemas digitales.
Freddy Mora | Imprimir | 769
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