domingo 09 de marzo del 2025
El Diario del Maule Sur
FUNDADO EL 29 DE AGOSTO DE 1937
Hoy
Nacional 09-03-2025
Dgo. I de Cuaresma ENFRENTAR LA TENTACIÓN…
Publicidad 12

Raúl Moris G, Pbro

El Tiempo de Cuaresma comienza cada año con los distintos relatos de las tentaciones en el desierto, con esta mirada al Misterio de la entera humanidad de Jesús; con el Misterio del Señor que, habiendo escuchado el clamor de la humanidad, habiéndose hecho peregrino con su Pueblo peregrino, para acompañar a su Pueblo perseguido; el Emmanú-Él: que caminando al lado de los pobres, tomando partido por ellos, habiendo escogido a la más pequeña de las naciones, para convertirla en Su Pueblo; ahora, en la madurez del tiempo, ha querido Él mismo hacerse carne, y compartir para siempre su historia con la nuestra.

Dios se ha hecho hombre en serio, uno cuya humanidad no es apariencia, sino hondo compromiso no sólo con la naturaleza humana -preciosa creación del Padre- sino también con la frágil condición humana -consecuencia del pecado- esta condición que nos hace flaquear hasta en los proyectos y decisiones que creemos tener más firmes, ésta que enturbia nuestros propósitos, pero que, sin embargo, no constituye una barrera infranqueable para poder alzar nuestros brazos al auxilio que nos viene de lo alto.

En esto radica la verdad más preciosa revelada en el Misterio de la Encarnación: la condición humana no es una causa irremediablemente perdida; al asumir Cristo nuestra naturaleza y responder con un sí radical y obediente a la llamada del Padre, desde nuestra condición caída, nos ha restaurado para encaminarnos con gozo hasta el encuentro con el Padre.

El antecedente histórico cercano al relato de las tentaciones en el desierto va a ser proporcionado por la experiencia de los ritos de paso o de iniciación a la adultez, propios de las culturas antiguas; ese proceso, generalmente forzado, por el cual los varones eran sometidos a una prueba de carácter extremo, para probar su hombría, para demostrar que ya calificaban para sobrevivir en un mundo que exige capacidad de soportar, de resolver desafíos, capacidad de supervivencia en un medio hostil, en un mundo que mezquina sus frutos y no los entrega con facilidad, sino sólo a quien sabe arrebatárselos con la fuerza de los brazos o con la sutil obra de su ingenio.

Este período de prueba acontecía en el desierto, que no es necesariamente el lugar árido y carente de vida que se nos viene a la memoria cuando escuchamos ese nombre, sino fundamentalmente ese lugar desprovisto de la compañía humana, lugar de la soledad mayor, en donde el hombre parece sólo poder contar consigo mismo, con los recursos que brotan de la más cruda experiencia de la indigencia; lugar, por último, en el cual los pueblos semitas –a los que pertenece el Pueblo de Israel- situaban una de las moradas naturales de los demonios, que en su contumaz negación a toda forma de alianza, a todo lo que parezca solidario compartir con otros, lo han escogido como casa y como coto de caza de quienes se aventuren a través de sus insondables soledades.

Optar, así, por el desierto como el lugar de paso hacia la hombría plena, era también disponerse a entablar querella con los demonios en su propio terreno; demostrar que se estaba capacitado para luchar contra los demonios interiores y exteriores, capacitado para el combate natural –llegar al límite de las fuerzas y la propia resistencia: los cuarenta días- pero también haberse adiestrado en el combate sobrenatural.

Las tentaciones de Jesús estarán inscritas en esta tradición, pero a su vez presentarán una radical novedad: serán la prueba de su obediencia, de su conciencia de filiación y de su disposición a acoger desde la fe desnuda la misión de salvación que le ha sido encomendada por el Padre.

De su obediencia, porque la iniciativa no parte de sí mismo, Jesús –insisten los Evangelios Sinópticos- no parte al desierto por su propia voluntad o ganas de probar nada a nadie, sino que es llevado allá por el Espíritu para templarlo en vistas de la misión (conducido en el Espíritu, dirá Lucas, Mateo dirá: sacado al desierto por Él; la expresión de Marcos será aún más brutal: arrojado al desierto, por acción del Espíritu).


Y la tentación apuntará al centro de su humanidad, que es la nuestra: el momento en que, minadas las resistencias, las fuerzas están llevadas al límite: el Hambre; la Seducción del Poder, y por último la Autoafirmación.

La primera, la más básica, el Hambre, será superada por la respuesta que pone al centro de la vida del hombre aquello que puede dar sentido y que nos permite aspirar incluso más allá de nuestras limitaciones y de nuestra condición: el alimento que se descubre en el pan mayor de la Palabra fiel y vivificante pronunciada por Dios.

La segunda, más sutil, la Seducción del poder, del poder, que tantas veces –aun en mínimas cuotas- nos parece tan deseable, ante el cual somos capaces de elaborar desde las más simples hasta las más intrincadas justificaciones, poder que tantas veces es conseguido a costa de la venta de las propias convicciones, poder ante el cual muchos no dudan en postrarse, aún sabiendo, de manera más o menos vaga, que están dando las espaldas con eso a Aquél del cual pende nuestra vida entera.

Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto. De cara a esta tentación, Jesús responde como creyente: dejando claro dónde está su corazón, hacia dónde se inclina su inteligencia y su voluntad, manifestando que la fuente de su poder está en ese otro, su Dios, su Padre, que sabrá sostener su indigencia.

La tercera, la más sutil, la tentación de la Autoafirmación, vencida desde la profunda conciencia de ser Hijo, conciencia que no pide pruebas, que no desafía al Padre a demostrar que lo es, porque está firmemente clavada en su corazón creyente.

La Tentaciones de Jesús, son las nuestras, las mismas que nos vienen acosando en nuestro peregrinar, generación tras generación; son las mismas a las que nos vemos expuestos de manera personal, pero también comunitaria, las tentaciones que acechan a cada hombre, pero también las que acechan en el seno de la Iglesia, las respuestas de Jesús son una propuesta: son la llamada a madurar hasta alcanzar la estatura humana que el Padre ha querido para nosotros desde el instante de nuestra creación y que ha encontrado su expresión definitiva en este hombre, que en el desierto resuelve responder con valiente obediencia a la invitación del Padre, y a emprender de frente la misión que viene a salvar al hombre entero.

Freddy Mora | Imprimir | 134