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jueves 21 de noviembre del 2024
Opinión 21-11-2024
Día Mundial de la Evolución: lecciones del pasado para un futuro colaborativo
Elkin Suárez Coordinador Instituto de Ciencias Naturales Universidad de Las Américas, Sede Concepción
Han transcurrido más de 160 años desde que Charles Darwin presentó sus primeras ideas sobre la evolución por selección natural ante la Linnean Society, en 1858. En esa misma ocasión se leyó también la carta de Alfred Wallace, quien, desde Indonesia, había llegado a conclusiones similares. Este episodio ocurrió en un contexto en el que Charles Lyell y Joseph Hooker aparentemente intervinieron para asegurar que Darwin tuviera la prioridad intelectual en este descubrimiento, en lo que algunos autores llaman “el delicado arreglo”.
Algunos estudios sugieren que Darwin pudo haberse apropiado de ciertas ideas de Wallace. Aunque ambos naturalistas quedaron como coautores de la teoría, el protagonismo del primero se consolidó con la publicación de El origen de las especies en 1859. En este libro, conceptos como “lucha por la supervivencia” y “supervivencia del más apto” reflejan una visión competitiva de la evolución. Irónicamente, un clima de competencia también parece haber rodeado la publicación inicial de las ideas evolutivas de Darwin y Wallace.
Los avances tecnológicos del siglo XXI han ampliado nuestra comprensión de la teoría evolutiva, ofreciéndonos una visión más completa de los procesos que impulsan la biodiversidad. Hoy sabemos que la selección natural es solo uno de varios mecanismos que explican las transformaciones evolutivas. Un ejemplo clave es la transferencia lateral de genes, un proceso mediante el cual los organismos intercambian material genético y que resulta esencial en innovaciones como la resistencia bacteriana en diversos ambientes. De igual forma, la endosimbiosis—una unión cooperativa entre especies—ha sido fundamental para entender grandes saltos evolutivos, como el tránsito de procariontes a eucariontes.
Hoy, por ejemplo, se ha probado empíricamente que una bacteria puede colaborar con funciones beneficiosas, al integrarse artificialmente dentro de un hongo, respaldando la teoría endosimbiótica. Aunque la selección natural interviene en ello, no siempre es el fenómeno principal detrás de la innovación evolutiva.
La naturaleza nos demuestra que en la evolución no todo es competencia y selección. En un momento en que la humanidad enfrenta un futuro incierto, es crucial reconocer que la cooperación y la colaboración pueden ser factores decisivos. De hecho, Wallace se distanció de Darwin al reflexionar sobre cómo la selección natural se aplica a las conductas humanas y a nuestra sociedad, cuestionando si la “supervivencia del más fuerte” realmente explica la evolución humana.
Hoy necesitamos replantear nuestras relaciones tanto con otros seres humanos como con las especies que hemos llevado al borde de la extinción. Es deseable que podamos aprender a evolucionar de manera consciente y colaborativa, antes de que el dolor y el colapso nos obliguen a hacerlo—algo que los conflictos actuales sugieren que podría no estar tan lejano.
Han transcurrido más de 160 años desde que Charles Darwin presentó sus primeras ideas sobre la evolución por selección natural ante la Linnean Society, en 1858. En esa misma ocasión se leyó también la carta de Alfred Wallace, quien, desde Indonesia, había llegado a conclusiones similares. Este episodio ocurrió en un contexto en el que Charles Lyell y Joseph Hooker aparentemente intervinieron para asegurar que Darwin tuviera la prioridad intelectual en este descubrimiento, en lo que algunos autores llaman “el delicado arreglo”.
Algunos estudios sugieren que Darwin pudo haberse apropiado de ciertas ideas de Wallace. Aunque ambos naturalistas quedaron como coautores de la teoría, el protagonismo del primero se consolidó con la publicación de El origen de las especies en 1859. En este libro, conceptos como “lucha por la supervivencia” y “supervivencia del más apto” reflejan una visión competitiva de la evolución. Irónicamente, un clima de competencia también parece haber rodeado la publicación inicial de las ideas evolutivas de Darwin y Wallace.
Los avances tecnológicos del siglo XXI han ampliado nuestra comprensión de la teoría evolutiva, ofreciéndonos una visión más completa de los procesos que impulsan la biodiversidad. Hoy sabemos que la selección natural es solo uno de varios mecanismos que explican las transformaciones evolutivas. Un ejemplo clave es la transferencia lateral de genes, un proceso mediante el cual los organismos intercambian material genético y que resulta esencial en innovaciones como la resistencia bacteriana en diversos ambientes. De igual forma, la endosimbiosis—una unión cooperativa entre especies—ha sido fundamental para entender grandes saltos evolutivos, como el tránsito de procariontes a eucariontes.
Hoy, por ejemplo, se ha probado empíricamente que una bacteria puede colaborar con funciones beneficiosas, al integrarse artificialmente dentro de un hongo, respaldando la teoría endosimbiótica. Aunque la selección natural interviene en ello, no siempre es el fenómeno principal detrás de la innovación evolutiva.
La naturaleza nos demuestra que en la evolución no todo es competencia y selección. En un momento en que la humanidad enfrenta un futuro incierto, es crucial reconocer que la cooperación y la colaboración pueden ser factores decisivos. De hecho, Wallace se distanció de Darwin al reflexionar sobre cómo la selección natural se aplica a las conductas humanas y a nuestra sociedad, cuestionando si la “supervivencia del más fuerte” realmente explica la evolución humana.
Hoy necesitamos replantear nuestras relaciones tanto con otros seres humanos como con las especies que hemos llevado al borde de la extinción. Es deseable que podamos aprender a evolucionar de manera consciente y colaborativa, antes de que el dolor y el colapso nos obliguen a hacerlo—algo que los conflictos actuales sugieren que podría no estar tan lejano.
Freddy Mora | Imprimir | 99
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