jueves 12 de septiembre del 2024
El Diario del Maule Sur
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Opinión 21-08-2024
«El amor de los caracoles»: La búsqueda inmensa de lo existencial (2)

Por Antonio Lagos

Esa lejanía maltrecha, que estalla en alaridos
¿Qué es lo real? ¿Cómo lo podemos saber? ¿Por qué imaginamos? ¿Por qué hemos de morir? ¿Para qué?, y así podríamos seguir de manera interminable.
¿Por qué la vida? ¿Por qué la muerte? ¿Es la muerte en realidad la vida, el plano superior que soñamos? Y después de todo, ¿por qué el crimen?:
—¿Así que te salvaste Monguito? –exclamó con sarcasmo Rogelio.
Entonces, el Monguito caminó hasta la pieza de su padre y sacó la escopeta hechiza que siempre mantenía cargada. Delante de la familia puso el cañón en el pecho de Rogelio y disparó.
El abuelo Laureano, durante siete años, estuvo preso.
Así, también, por otras aguas del texto, navega el Oriflama. Navega sobre un mar de incertidumbre y de codicias. Cargado de tesoros el bello Galeón, perdido en las aguas frente a La Trinchera, allí, en Curepto. Hundido hace 100, 200 o mil años, qué importa.
Los marineros salen del bar, sin saber cómo, ebrios de años y de soledades.
En la distancia que funde el día con la noche, los vemos bailar en la plaza, abrazados a los monumentos, otros más avezados, a las muchachas, para no caer de bruces y romper de golpe el encantamiento.
Y en La Trinchera, escarbando por aquí y por allá. Buscando los tesoros soñados, sin obtener ningún resultado. Reclamando la propiedad por sobre el tumulto que saca cuentas:
Lo que pasa es que no se encuentra allí lo que buscan.
De esta forma, lo cierto es que más allá de toda esta muerte, solo respirando apenas los sinsabores de una lejanía maltrecha, que estalla en alaridos, para alejarse del mundo consumido por la rabia y la desesperación revelada tan claramente en el espacio del libro que nos entrega Mihovilovich.
Un lugar que es ocupado por El Monje Loco, un endemoniado dueño de veredas y orillas de camino, un verdadero repelente que hace huir a quienes van por la vida a tranco seguro, un ser abandonado en la poesía como escapada de denuncias y las miserias inentendibles que deja a su paso la injusticia, perpetrada por el hombre contra el hombre.
La rabia hecha carne y hueso, desprovista de toda esperanza en el mundo.
Un demonio alejado de todos será mejor, para no matarlos a todos, un día de estos.
Alejado de otros seres humanos, de aquellos hombres afanados a escondidas, sobre lo mismo, que en el hacer de otros condenan a rajatabla, sin dobleces, dueños de la moral, como el cura Mujica y la profesora jefa de los niños, que, en su lectura pronto conocerán ustedes.
La contradicción o dispersión de las convicciones y de la fe, como si en realidad nada importara, ni siquiera el Dios del cual se amamantan.
A pesar de ello, el amor en sus personificaciones más audaces, permite que cada cosa brote en la tierra, como lo hacen, el amor y el odio, en un perfecto contrapunto. El odio que proviene de la injusticia. El dolor que destroza el alma fruto de la discriminación, como si la pobreza fuera una tara y no una consecuencia, tarde o temprano, hará emerger los demonios que tarde o temprano, se adueñan del mundo.
—¡Usted es un ser humano repulsivo, profesora Filomena!
—Jamás debió ser maestra, no puede con su maldad.
Porque nada florece sin el amor, incluyendo al odio.
La belleza y el amor son hijos de la misma rebeldía
Por otra parte, se encuentra el amor que nos convoca, el amor que está mucho más allá de lo que alcanzamos a imaginar en nuestras conversaciones
Es que hablamos de un amor verdadero. Un amor que permite la emancipación de ese otro amado, en plena libertad y belleza, expresada en este caso, desde la creación poética por nuestro autor, sabiendo que la belleza y el amor son hijos de la misma rebeldía.



Pero, no el amor que pisoteamos a cada paso, pensándonos centro del deber y del deseo de los otros, sino el amor indescifrable y luminoso, lejos del estiércol con que lo bañamos en nuestros caprichos y pequeñeces, porque hablamos de un amor que abre puertas sobre los muros del horizonte, y que solo se desprende como tal al principio, en el reflejo que deja la mirada de los niños.
Elevé los ojos y vi los suyos: limpios, serenos, transparentes, con el sol dándole directo en la mirada, haciendo que ese tono arcilloso, inusitado, inundara los pliegues de mi alma.
Por cierto, que la decadencia nuestra está en el crecimiento, en esa consideración de sabernos grandes, acuñando años sobre años, experiencia sobre experiencia, la resolución del día, como si la sabiduría fuera algo que se aprende, sin saber que el secreto está en las palabras de Laura:
—Detener la expansión del sentimiento –De eso se trata.
—Situarlo para siempre en las proximidades de la inocencia –agregó.
El amor que Clarita descubrió en ellos estaba también en nosotros.
Lo capté cuando me contaron que los caracoles sabían amar, que lo hacían comunicándose con la luz solar. Me pareció maravilloso:
¿Como es posible que un par de caracoles nos enseñen el verdadero sentido de la existencia?
Allá abajo, está Curepto, sencillo y ausente.
Comadres yendo por las compras, para apalear su carencia. Caballos bostezando al atardecer. Y en la altura refulgentes colores metálicos atraviesan el cielo, bosques de abedules salen al paso, destellos de puro silencio incandescente, asombrados por el amor que puebla nuestra profundidad, viviendo libres y presos de ese amor, de su energía resplandeciente.
Sí, en el amor, porque en su carne está todo. Todo proviene de el, no hay otro mundo que pudiera existir lejos de su mirada.
Y en la altura, la mirada fresca de los niños, prendida para siempre de ese mundo que surte la belleza que amamos, enseñada en luz que dejan los caracoles al amarse. Ese mundo. Nuestro verdadero mundo, el mundo que hemos imaginado.

Freddy Mora | Imprimir | 228