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sábado 21 de diciembre del 2024
Opinión 13-10-2024
EL CAMINO DEL DISCÍPULO…
Jesús se puso en camino. Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida?”
Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”.
El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud”.
Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme”.
Él al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!”
los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”.
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” Jesús fijando en ellos su mirada les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es posible”.
Pedro le dijo: “Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.
Jesús respondió: “Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos, y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la vida eterna. (Mc 10, 17-30)
El Camino del Discípulo pasa por aprender que la salvación está en manos de Dios: que se trata de un don que no es una reivindicación, no una merecida retribución, no un derecho adquirido, no una ganancia por alcanzar o reclamar.
El Camino del Discípulo o se intenta sin reservas, o simplemente más vale no intentarlo; el Hombre rico de la parábola de hoy, se marchó entristecido, entrampado en lo que había creído su ganancia y su valía; Pedro y los demás siguieron avanzando, tropezando y levantándose, en suma, aprendiendo a hacer camino, rumbo a Jerusalén, rumbo hacia la cruz.
Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida?... En este nuevo encuentro en el camino, el Evangelio según San Marcos vuelve a exponer la cuestión de la conversión de los propios planes y criterios, a los del Señor, como primer gesto -y necesario- del verdadero seguimiento.
La pregunta inicial del hombre que aborda a Jesús lo retrata de cuerpo entero: refleja el andar y el bagaje, que trae consigo y que lo ha conducido a este momento: desde su adhesión a la Ley, es capaz de reconocer y testimoniar quién es verdaderamente Jesús.
¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno… Jesús contesta de este modo al epíteto inicial, y el silencio del hombre ante esta interpelación es suficientemente elocuente: es cierto, sólo Dios es bueno, por tanto el saludo equivale a una confesión de fe; el hombre sabe a quién se está dirigiendo, ha oído de Él, cree en Él como Maestro y como Señor; se postra ante Él como delante de Dios, sin embargo está recién en el umbral del discipulado; como Pedro, en el momento de la confesión de Cesarea.
La pregunta que sigue al saludo, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? no solo lo retrata, sino que ahora lo delata: este hombre rico, observador de la ley desde su temprana juventud, un buen hombre desde el punto de vista de la recta doctrina del judaísmo, no ha aprendido lo esencial en esa familiaridad con la ley de Moisés, a saber: que en lo que toca a la propia salvación, el hombre es absolutamente dependiente de Dios.
Es por eso que la pregunta tiene un tinte de transacción comercial, tiene un matiz de contrato; el hombre rico está acostumbrado a comprar, está acostumbrado a invertir, eso es lo que lo define como rico, está acostumbrado a ser el gestor de su propia prosperidad -en nuestro lenguaje actual podríamos decir que es un “emprendedor”- y ahora quiere acometer una nueva empresa y añadir una ganancia más: la vida eterna; ha reconocido por cierto quién es Jesús, y por eso no yerra cuando se dirige a Él para tratar la cuestión de la vida eterna, pero quiere hacer el trato desde su propio terreno, desde sus propias reglas de juego.
Jesús lo miró con amor… La réplica de Jesús va a ser el gesto del amor gratuitamente dispensado; Jesús reconoce en este hombre a uno que está en camino, su actitud es la acogida. Al contrario de las convenciones culturales de su época, al contrario de la mentalidad de su mundo, que mantiene una mirada ambigua en relación a la acumulación de riqueza: por una parte, el signo de bendición que supone la prosperidad resultante del honesto esfuerzo de las propias manos, o de la mantención del patrimonio heredado: , por otra, sin embargo, en el siglo I, un hombre rico -a menos que gozara de un honor que lo pusiera por encima de todo juicio- era siempre sospechoso de injusticia; la riqueza y el honor eran considerados bienes limitados, cualquiera, por tanto que hiciera alarde de poseerlos de manera excesiva, se convertía en reo de usurpación: si estábamos en presencia de un rico, podríamos presumir que detrás suyo había otros explotados, desplazados, empobrecidos por su afán de acumulación; no obstante, no hay condena en la mirada del Señor.
La actitud de Jesús es otra; acoge su demanda, es capaz de reconocer el esfuerzo que ha conducido al hombre hasta llegar a este punto; pero con la claridad, que debe resplandecer en el rostro de la caridad, le expone el camino que conduce a la vida: el Camino del Discípulo, que no se encamina ni se recorre mediante la adquisición y acumulación de bienes o de méritos, sino por el despojamiento y el compartir solidario: Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme; el último gesto, familiar al modo de actuar habitual del rico, ha de ser el vender, pero esta vez se trata de vender no para invertir, sino para desprenderse y hacer de ese gesto de despojamiento de las riquezas, el signo elocuente del desprendimiento de los propios criterios, paso exigido a quien quiera acoger la llamada a ser discípulo.
Entonces, ¿quién podrá salvarse?... Al contrario de Pedro, que después de la dura llamada de atención en Cesarea de Filipo, es capaz de comenzar el camino que lo llevará a la vida, disponiéndose a pensar según el modo de Dios, renunciando a lo que durante su vida entera ha sido el modo propio y de la propia cultura; el Hombre Rico es incapaz de dar este paso: su riqueza es la trampa en la que está cogido; creyéndose hábil para la vida, porque ha sabido jugar bien el juego de la compra y venta, no ha aprendido que hay algo que no ha podido adquirir, porque no se puede comprar, sólo se puede pedir como un don de lo alto: la sabiduría que enseña a vivir, que enseña que la propia salvación no es un asunto que se gestiona por nuestras propias manos.
Es esto lo que han de aprender con asombro creciente los discípulos, al escuchar la comparación acerca de la salvación de los ricos, que aunque nos esforcemos en solaparla, en atenuarla con resquicios interpretativos, para que no suene tan radical, no pierde su fuerza original: los discípulos se asombran y podemos pensar que se escandalizan, porque efectivamente en la comparación del camello y el ojo de la aguja, Jesús no está hablando de algo solamente difícil, sino como Él mismo puntualiza más tarde, de algo imposible.
Y la pregunta ahora delata a los propios discípulos y el camino que les falta por recorrer: no se trata de saber cómo gestionar la propia salvación, no se trata de aprender la fórmula o la receta según la cual cada uno se salva a si mismo, ni de lamentarse porque para nosotros es imposible lograrlo; el Camino del Discípulo pasa por aprender que la salvación está en manos de Dios, para quien todo es posible, incluso el lograr que el más seguro de sí -o el más necio- llegue a abrir sus oídos y su corazón a la llamada a la vida; el Camino del Discípulo pasa por acoger el don que viene de Dios precisamente como lo que es: un don, no una reivindicación, no una merecida retribución, no un derecho adquirido, no una ganancia por alcanzar.
En eso consiste el verdadero y eficaz desprendimiento del que dejándolo todo está dispuesto a seguir a Jesús en medio de la persecución; no podrá luego reclamar devolución en consonancia con lo invertido: el camino del discípulo o se intenta sin reservas o simplemente más vale no intentarlo; el Hombre rico se marchó entristecido, entrampado en lo que había creído su ganancia y su valía; Pedro y los demás siguieron caminando y aprendiendo camino de Jerusalén, camino de la cruz.
Raúl Moris G., Pbro.
Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”.
El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud”.
Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme”.
Él al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!”
los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”.
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” Jesús fijando en ellos su mirada les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es posible”.
Pedro le dijo: “Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.
Jesús respondió: “Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos, y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la vida eterna. (Mc 10, 17-30)
El Camino del Discípulo pasa por aprender que la salvación está en manos de Dios: que se trata de un don que no es una reivindicación, no una merecida retribución, no un derecho adquirido, no una ganancia por alcanzar o reclamar.
El Camino del Discípulo o se intenta sin reservas, o simplemente más vale no intentarlo; el Hombre rico de la parábola de hoy, se marchó entristecido, entrampado en lo que había creído su ganancia y su valía; Pedro y los demás siguieron avanzando, tropezando y levantándose, en suma, aprendiendo a hacer camino, rumbo a Jerusalén, rumbo hacia la cruz.
Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida?... En este nuevo encuentro en el camino, el Evangelio según San Marcos vuelve a exponer la cuestión de la conversión de los propios planes y criterios, a los del Señor, como primer gesto -y necesario- del verdadero seguimiento.
La pregunta inicial del hombre que aborda a Jesús lo retrata de cuerpo entero: refleja el andar y el bagaje, que trae consigo y que lo ha conducido a este momento: desde su adhesión a la Ley, es capaz de reconocer y testimoniar quién es verdaderamente Jesús.
¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno… Jesús contesta de este modo al epíteto inicial, y el silencio del hombre ante esta interpelación es suficientemente elocuente: es cierto, sólo Dios es bueno, por tanto el saludo equivale a una confesión de fe; el hombre sabe a quién se está dirigiendo, ha oído de Él, cree en Él como Maestro y como Señor; se postra ante Él como delante de Dios, sin embargo está recién en el umbral del discipulado; como Pedro, en el momento de la confesión de Cesarea.
La pregunta que sigue al saludo, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? no solo lo retrata, sino que ahora lo delata: este hombre rico, observador de la ley desde su temprana juventud, un buen hombre desde el punto de vista de la recta doctrina del judaísmo, no ha aprendido lo esencial en esa familiaridad con la ley de Moisés, a saber: que en lo que toca a la propia salvación, el hombre es absolutamente dependiente de Dios.
Es por eso que la pregunta tiene un tinte de transacción comercial, tiene un matiz de contrato; el hombre rico está acostumbrado a comprar, está acostumbrado a invertir, eso es lo que lo define como rico, está acostumbrado a ser el gestor de su propia prosperidad -en nuestro lenguaje actual podríamos decir que es un “emprendedor”- y ahora quiere acometer una nueva empresa y añadir una ganancia más: la vida eterna; ha reconocido por cierto quién es Jesús, y por eso no yerra cuando se dirige a Él para tratar la cuestión de la vida eterna, pero quiere hacer el trato desde su propio terreno, desde sus propias reglas de juego.
Jesús lo miró con amor… La réplica de Jesús va a ser el gesto del amor gratuitamente dispensado; Jesús reconoce en este hombre a uno que está en camino, su actitud es la acogida. Al contrario de las convenciones culturales de su época, al contrario de la mentalidad de su mundo, que mantiene una mirada ambigua en relación a la acumulación de riqueza: por una parte, el signo de bendición que supone la prosperidad resultante del honesto esfuerzo de las propias manos, o de la mantención del patrimonio heredado: , por otra, sin embargo, en el siglo I, un hombre rico -a menos que gozara de un honor que lo pusiera por encima de todo juicio- era siempre sospechoso de injusticia; la riqueza y el honor eran considerados bienes limitados, cualquiera, por tanto que hiciera alarde de poseerlos de manera excesiva, se convertía en reo de usurpación: si estábamos en presencia de un rico, podríamos presumir que detrás suyo había otros explotados, desplazados, empobrecidos por su afán de acumulación; no obstante, no hay condena en la mirada del Señor.
La actitud de Jesús es otra; acoge su demanda, es capaz de reconocer el esfuerzo que ha conducido al hombre hasta llegar a este punto; pero con la claridad, que debe resplandecer en el rostro de la caridad, le expone el camino que conduce a la vida: el Camino del Discípulo, que no se encamina ni se recorre mediante la adquisición y acumulación de bienes o de méritos, sino por el despojamiento y el compartir solidario: Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme; el último gesto, familiar al modo de actuar habitual del rico, ha de ser el vender, pero esta vez se trata de vender no para invertir, sino para desprenderse y hacer de ese gesto de despojamiento de las riquezas, el signo elocuente del desprendimiento de los propios criterios, paso exigido a quien quiera acoger la llamada a ser discípulo.
Entonces, ¿quién podrá salvarse?... Al contrario de Pedro, que después de la dura llamada de atención en Cesarea de Filipo, es capaz de comenzar el camino que lo llevará a la vida, disponiéndose a pensar según el modo de Dios, renunciando a lo que durante su vida entera ha sido el modo propio y de la propia cultura; el Hombre Rico es incapaz de dar este paso: su riqueza es la trampa en la que está cogido; creyéndose hábil para la vida, porque ha sabido jugar bien el juego de la compra y venta, no ha aprendido que hay algo que no ha podido adquirir, porque no se puede comprar, sólo se puede pedir como un don de lo alto: la sabiduría que enseña a vivir, que enseña que la propia salvación no es un asunto que se gestiona por nuestras propias manos.
Es esto lo que han de aprender con asombro creciente los discípulos, al escuchar la comparación acerca de la salvación de los ricos, que aunque nos esforcemos en solaparla, en atenuarla con resquicios interpretativos, para que no suene tan radical, no pierde su fuerza original: los discípulos se asombran y podemos pensar que se escandalizan, porque efectivamente en la comparación del camello y el ojo de la aguja, Jesús no está hablando de algo solamente difícil, sino como Él mismo puntualiza más tarde, de algo imposible.
Y la pregunta ahora delata a los propios discípulos y el camino que les falta por recorrer: no se trata de saber cómo gestionar la propia salvación, no se trata de aprender la fórmula o la receta según la cual cada uno se salva a si mismo, ni de lamentarse porque para nosotros es imposible lograrlo; el Camino del Discípulo pasa por aprender que la salvación está en manos de Dios, para quien todo es posible, incluso el lograr que el más seguro de sí -o el más necio- llegue a abrir sus oídos y su corazón a la llamada a la vida; el Camino del Discípulo pasa por acoger el don que viene de Dios precisamente como lo que es: un don, no una reivindicación, no una merecida retribución, no un derecho adquirido, no una ganancia por alcanzar.
En eso consiste el verdadero y eficaz desprendimiento del que dejándolo todo está dispuesto a seguir a Jesús en medio de la persecución; no podrá luego reclamar devolución en consonancia con lo invertido: el camino del discípulo o se intenta sin reservas o simplemente más vale no intentarlo; el Hombre rico se marchó entristecido, entrampado en lo que había creído su ganancia y su valía; Pedro y los demás siguieron caminando y aprendiendo camino de Jerusalén, camino de la cruz.
Raúl Moris G., Pbro.
Freddy Mora | Imprimir | 300