sábado 05 de octubre del 2024
El Diario del Maule Sur
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Hoy
Opinión 07-07-2024
EL CARPINTERO DE NAZARET
Raúl Moris G. Pbro.


Jesús vivió y enseñó en el seno de una sociedad cerrada; lo que entendemos por este nombre es ese tipo de sociedad característica de la época preindustrial (que, por tanto, se mantuvo hasta las postrimerías del s XIX), en donde la estructura del tejido social era rígida y vertical, estaba claramente estratificada en clases, funciones, oficios, y la movilidad social era prácticamente nula; en otras palabras, aquel, que en una sociedad cerrada nacía hijo de obreros o de artesanos no podía aspirar a otra cosa sino a ser él también obrero o artesano, a lo que más podía aspirar era a mantener la continuidad con aquello que su padre había sido.

Agreguemos que la cultura de Jesús es una en la que el honor, entendido como la respetabilidad social, es un bien escaso y celosamente guardado; a cada estrato le corresponde una determinada porción de esa honra, heredada de padres a hijos, o duramente conquistada por el propio sujeto, pero que fácilmente puede ser perdida.

Pretender o siquiera aspirar al honor que le corresponde a otra clase o a otro oficio distinto y superior que el propio, es motivo de escándalo y por tanto duramente castigado con la pérdida de la escasa porción de honor que le podía corresponder al rango o al estrato social en el que había nacido; en una cultura del honor, característica de una sociedad cerrada, no hay peor delito que ese, que todavía hoy nosotros conocemos y solemos sancionar negativamente con el nombre de “arribismo”.

Éstas son las razones que aparecen detrás de las preguntas que la multitud murmura en el momento en que escuchan hablar a Jesús en la sinagoga de su pueblo, comentando su fama: en una sociedad así a un carpintero no le correspondía enseñar otra cosa más que lo referente a su oficio: Ne sutor ultra! sentenciaba la fábula romana: “No más allá, zapatero!” el equivalente a nuestro “¡pastelero a tus pasteles!”. Por cierto a alguien venido de las filas del artesanado no le estaba vedado hablar en la sinagoga, como tampoco a ningún hombre adulto que fuera capaz de leer y comprender la Torah, el texto de la Ley; sin embargo de ahí a ponerse a enseñar como un Maestro había un abismo social, que no se salta sin más.

Para ser Rabbí, Maestro, uno tenía que haber sido aceptado como discípulo por otro maestro acreditado (lo que suponía de entrada el freno social de la salvaguarda del escaso y esquivo honor: los maestros no acogían a cualquiera entre el número de sus discípulos), y luego pasar por el filtro de largos y muchas veces humillantes años de duro aprendizaje, para después poder aspirar a ser reconocido en el rango de los maestros y aceptado por su grupo de pares, señalando siempre, a modo de Curriculum Vitae el nombre del maestro, a cuyos pies había aprendido la doctrina que ahora se atrevía a enseñar.


¿Cómo no haber aprendido entonces que este mismo Dios, el que quiso liberar a los esclavos en Egipto, y peregrinar con ellos en el ancho desierto del éxodo, que quiere ser reconocido en el título del Emmanú Él, el Dios que camina con nosotros, es el que ahora se ha hecho radicalmente uno de los pobres y que desde la opaca pequeñez de las manos del carpintero está desafiándonos a reconocer el inconmensurable esplendor de su Gloria?

Este pueblo tendría que haber aprendido que Dios nos hace crecer con la maravilla y la sorpresa, el nuevo pueblo que se está configurando en el andar del Evangelio de Marcos, será éste, la Iglesia, que no se avergüenza sino se llena de gozo –con el gozo franco e incontenible de los pobres- cuando declara su Dios y Señor al Carpintero de Nazaret.
Freddy Mora | Imprimir | 204