domingo 22 de septiembre del 2024
El Diario del Maule Sur
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Hoy
Opinión 07-03-2024
Honor, injurias y calumnias
Valéry des Bonnesherbes
Académie Française de la Bonne Humeur


El honor personal carece al día de valor.
Al menos de aquel valor que nuestros mayores, hombres y mujeres, le conferían en épocas pasadas.
Lejos están los tiempos en que las personas defendían y exigían el respeto a su honor, aun a costa de sus vidas.
No se concebía vivir sin honor. Famosa fue por años la frase de O”Higgins: “Vivir con honor o morir con gloria”.
La palabra empeñada (la palabra de honor) se tenía por juramento; y, se le atribuía una importancia social mucho mayor a la de una escritura. “Si te prometí hacer o no hacer algo, antes muerto que verme deshonrado con mi incumplimiento”.
El que ofendía a una mujer pagaba con la vida. La literatura universal recoge cientos de ejemplos. Nunca faltó el caballero que para cobrar esa cuenta de honor: el padre, el hermano, el esposo, el amigo y aún aquel que, sin conocerla, saltaba en su defensa. Así lo perdiera todo.
Al presente, casos de defensas ante el asesinato moral a que son sometidas las personas mediante la injuria y la calumnia…!no se conocen!... Ni en las telenovelas. Las señoras y caballeros actuales (que habrá de haberlos) ante la calumnia bajan su cabeza, se “tragan el sapo” y guardan silencio, según dicen, en aras de la “no-violencia”. Pero ni siquiera se dirigen a un Juez intentando una reparación honrosa.
Calumniar e injuriar, en los días que corren, puede considerarse el deporte más popular y barato. “Tras la última paletada…nadie dirá nada”.
En los viejos tiempos la reparación moral de los honores ofendidos encontraba en el duelo, debidamente reglamentado, una clase de remedio. Fueron de ejercicio frecuente en todas las sociedades y clases sociales del mundo. Se batieron a duelo cientos de personas, desde los más “encopetados” hasta “los rotos más choros”. Los primeros con espada y más tarde con revolver; los segundos con cuchillos, largos o cortos. El roto más valiente – lo recuerda Borges - siempre escogió el cuchillo corto. El cobarde se conocía por su elección de cuchillos largos.
Este celo por la integridad del honor personal decayó en aras – se dice – de una mayor civilización, lo que en principio está bien. Las leyes comenzaron a considerar los duelos como crimen a fines del siglo XIX, imponiéndoles penas muy bajas.
Y, para compensar esa prohibición se consagró como delito penal a la injuria y a la calumnia. Pero esto último terminó, como tantas otras cosas, en una mera mentirilla judicial. Bastó una falsa disculpa del agresor ante el Juez, para dar por superada la ofensa. Todo se volvió entonces – bien lo sabemos – en un mar de calumnias e injurias de unos contra otros. Las redes sociales multiplicaron luego el vicio de la injuria y la calumnia hasta envenenar por completo a nuestras sociedades.

Algunos duelos de honor sobrevivieron hasta hace no mucho también entre nosotros.
El último duelo en Chile fue aquél en el que se batieron, una madrugada del año 1952, dos insignes Senadores de la República. Ambos grandes caballeros “enchapados a la antigua”: el Doctor Salvador Allende y el jurista don Raúl Rettig, reconocidos líderes nacionales y cultos oradores políticos. Ellos aún adscribían al lema de don Pedro de Valdivia: “Da más vida, la muerte menos temida”. El destino les respetó sus vidas aunque se dispararon efectivamente. Más tarde vino para ambos otra historia que…algo o más de algo secreto…tiene que ver con aquél duelo en defensa de la dignidad ofendida.
La injuria y la calumnia es una forma de asesinato. Un crimen que persigue la muerte moral del ofendido. Sin embargo, tiene una pena muchísimo menor que una falta a los reglamentos del tránsito o el robo de una gallina.
Pero a nadie parece importarle demasiado, o quizás nada.
Y, no obstante, en la injuria y la calumnia se encuentra la fuente primaria de toda la violencia que padecemos.
Por ahora es necesario resignarse al lema que pareciera emponzoñar los días que corren: “La bulla pasa…y la platita queda en casa”.
‘Se tout’… exclamó un paisano francés.

Freddy Mora | Imprimir | 354