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Opinión 20-04-2025
La historia de Villa Alegre en el cine: 20 años de “Historias de Aldea” Patricio González Colville
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Hace unos días accedí a un libro, o mejor dicho, almanaque sobre la Historia de Villa Alegre. En sus páginas encontré una reseña de mis películas documentales. Se mencionan cinco de ellas (en realidad son siete). La lista la encabeza “Historias de Aldea” (2005). Desconozco la persona que hace la “referencia crítica” de mi film. Lo transcribo: “este documental explora la historia de Villa Alegre a través de testimonios, fotografías y filmaciones antiguas. Se centra en las tradiciones, ritos y festividades de la comunidad, ofreciendo una mirada nostálgica a sus costumbres” (página 68). La palabra “nostalgia”, (del griego clásico νόστος [nóstos], «regreso», y αλγία [algía], «dolor») es un “sentimiento de tristeza mezclado con placer y afecto cuando una persona piensa en tiempos considerados felices del pasado. También descrita como “un sentimiento de anhelo por un momento, situación o acontecimiento de buenos momentos del pasado”. Empezando por esta premisa: Villa Alegre ¿tuvo mejores momentos en el pasado?. ¿Fuimos más felices que ahora?. ¿Es eso lo que busque al filmar “Historias de Aldea” hace ya 20 años?. Explicare si era ese el objetivo final de mi película.

El cineasta Woody Allen en su film “Medianoche en Paris” (2011) expone que siempre queremos escapar del presente y, la mejor apuesta en esta búsqueda escapista, es romantizar el pasado. El presente se ha vuelto demasiado incierto e insatisfactorio. El protagonista, un escritor norteamericano, viaja en el tiempo desde el siglo XXI a los años 20 (inicios del siglo XX), cuando “Paris era una fiesta”, según Hemingway; fiesta de escritores, pintores, cineastas, músicos e intelectuales. Años que el protagonista siempre había deseado haber nacido. Sin embargo, con asombro, esas personas le comunican que la mejor época para ellos fue el renacimiento europeo de los períodos 1400-1550. Esa premisa, que Woody Allen expresa, es el trasfondo universal que toda persona desea: volver a una etapa de su pasado. No en vano la película de Robert Zemeckis, “Volver al Futuro” (1985), es un clásico, que hace desear tener esa máquina del tiempo para regresar a una etapa de nuestro pasado, la etapa más mágica que recordamos. ¿Es eso nostalgia?. A veces este término suele utilizarse banalmente cuando se piensa que representar “nostalgia”, en una obra de arte, no es ver la realidad en la conformación (o confrontación) que dan nacimiento a un pueblo. Realidad que, bajo una concepción ideológica o política, debe ser el verdadero derrotero para explicar cómo nace una comunidad. Es decir el “arte al servicio de”. No es mi caso, ni tampoco de la película “Historias de Aldea”. Porque cuando una obra se hace bajo esos designios, divide a quienes va dirigida y eso no es el fundamento del arte, que necesita libertad plena y mente abierta; este es el caso del cine que realizo. El documental “Historias de Aldea” se debe ver con una profundidad intelectual (de inter: entre y lectual: lectura) es decir leer entre líneas el mensaje de conformación antropológica de Villa Alegre. El poster del film expresa “por cuatro estaciones un viaje a la memoria de un pueblo”. Acá están dos conceptos “cuatro estaciones del año” y “el viaje”; ambos tienen su raíz en el poeta griego Homero (La Odisea). El viaje del héroe en un tiempo, una geografía y un propósito (que ha sido los fundamentos de toda la literatura y el cine). En este caso el lugar geográfico no es Ítaca, sino Villa Alegre (describe tu aldea y serás universal, como escribió Tolstoi); de allí el nombre de mi película. La aldea de la humanidad es muy parecida en el más profundo sentido. Somos víctimas de las mismas pasiones, del amor, del odio, la amistad, la compasión, el deseo de progreso; también de ser nostálgicas).

Hay dos elementos que sustentan la formación del pueblo: el trigo (trillas) y el vino (vendimias). Ambos conceptos tienen una base cristiana traída por los españoles. En cada estación del año las imágenes representan actividades patrimoniales, arraigadas y desprendidas de la cultura occidental, y que han ido generando pertenencia a la tierra. Del trigo y el vino (elementos de la eucaristía, representadas en las imágenes de la misa y semana santa), se fue desarrollando una forma de vida vinculadas a mitos: bodegas, casonas fantasmas, lagunas mágicas, apariciones de almas en las casas. Leyendas: el pacto con el diablo para lograr riquezas durante inviernos sufridos e interminables, en los cuales pareciera que el tiempo se detenía para luego, la llegada de la primavera, desatara la fiesta del renacer de la naturaleza, asociadas al vino cosechado, ramadas, fondas, bailes. Celebrar dionisiacamente el regreso de la luz, después del oscuro invierno. Luego, el verano con las trillas que eran, más que trabajo, actividades para sociabilizar: masivas y musicales. Cuatro estaciones que fueron formando nuestra identidad como pueblo. Al igual que el cine de Buñuel (1900-1983), en cada estación del año la muerte siempre estaba presente y nos lo recuerda el tañido de las campanas de la iglesia parroquial: En cada casa hay un relato sobre almas que volvían.

La película ha guardado, en viejos films de 8 y 16 milímetros, las imágenes de los antiguos habitantes del pueblo, que vuelven a la vida gracias a la luz que les otorga el proyector de cine. Y, finalmente, ¿quiénes cuentan estas “historias de aldea”?; son los propios habitantes; sus recuerdos y relatos son las vigas maestras del film: son el pueblo, palabra tan ideologizada en nuestros tiempos y que suele ser enmarcada para un sector, que tampoco la sabe definir: “el pueblo somos todos. Seguiremos caminando y siempre estaremos aquí”, como dice una protagonista al final de la película “Las Uvas de la Ira” (1940) del director John Ford. En “Historias de Aldea” son los propios habitantes, el pueblo, quienes relatan sus recuerdos y actividades, frente a la cámara. Muchos de ellos ya no están con nosotros, la mayoría, pero la cámara de cine encapsuló sus vidas para siempre en el film. Espacio donde la muerte no podrá llegar jamás: tampoco el olvido (el olvido es la mortaja de los muertos) de quienes la podamos ver en el presente y quienes la verán en el futuro. Al visionar, entre líneas “Historias de Aldea”, podrán descubrir, más que nostalgias, las bases antropológicas de Villa Alegre.


Freddy Mora | Imprimir | 133