lunes 27 de enero del 2025
El Diario del Maule Sur
FUNDADO EL 29 DE AGOSTO DE 1937
Opinión 26-01-2025
LAS CASAS FAMILIARES DE LOS PRESIDENTES DE CHILE DEL SIGLO XX
Publicidad 12
Luis Valentín Ferrada V.

El Profesor González Colville ha referido antecedentes acerca de algunas de las casas familiares de quienes ejercieron la Presidencia de Chile durante el siglo XX. El tema se ha puesto de moda, ocupado como munición de barro podrido en la guerrilla política incesante que nos acosa y aflige.
Algo también se sabe de las casas particulares de los primeros Mandatarios chilenos del siglo XIX , desde Toro Zambrano, Carrera y O”Higgins hasta Federico Errázuriz (hijo), último a quien correspondió cerrar dicho periodo centenario. Muchas de esas casas aún se encuentran en pie.
Quedémonos por ahora en el análisis de las casas familiares de los Presidentes del siglo XX. Desde Germán Riesco hasta Patricio Aylwin, último quien cerró este período.
Una somera revista de aquellas casas privadas que se recuerdan permite destacar su sencillez y sobriedad, acentuada cuando sus dueños fueron de origen provinciano, y más cuando campesino. Tal sucedió, por ejemplo, con los señores Alessandri e Ibáñez, ambos oriundos linarenses; o Juan Esteban Montero, colchagüino de cepa, Pedro Aguirre Cerda, de
Calle Larga, en Los Andes, de Juan Antonio Ríos, cañetino a mucha honra.
Aunque reconocidos por un gran carácter, esos casos fueron comparables con los de Manuel Montt, oriundo de Petorca al interior de Ligua, o con Aníbal Pinto Garmendia, penquista por definición. La casa del primerose conserva en su pueblo natal. La humilde casa en que falleció Pinto, en calle Maipú, vecina a la Estación Central de Santiago, era un arriendo costeado por sus amigos porque, don Aníbal, dejó su cargo con tanta dignidad como pobreza. Y había conducido al Estado obteniendo nada menos que el triunfo durante la Guerra del Pacífico.
Don Pedro Montt y don Juan Luis Sanfuentes poseyeron un patrimonio relativamente mayor, aunque Sanfuentes, huérfano en su primera infancia fue criado al amparo de don Salvador, su hermano mayor; la propiedad más significativa de Sanfuentes era un predio de secano en Camarico, donde se retiró definitivamente al dejar la presidencia. Barros Luco se ganó la vida en el comercio de animales vacunos, y relativamente anciano contrajo matrimonio con doña Mercedes Valdés, quien le permitió un mejor pasar al término de su vida, aportándole la propiedad que tanto quiso en la actual Comuna de Retiro, Provincia de Linares.
Montero fue un destacado abogado y profesor de derecho, cuyo patrimonio lo obtuvo en la abogacía, llevando una vida familiar característica a todo profesional destacado. Como sucedió, también, con don Gabriel González Videla.
Don Carlos Ibáñez, además de las propiedades linarenses heredadas de sus padres – Chacra San Francisco, pequeño Fundo Santa Nieves y la casa de calle Independencia - adquirió su casa de Dublé Almeyda, en Ñuñoa, mediante un préstamo hipotecario del organismo previsional de las Fuerzas Armadas. Esta casa – que recordamos – era una copia feliz de las antiguas de Linares. Con un gallinero en el fondo del sitio, que don Carlos gustaba atender personalmente. Don Carlos contaba con medios más que reducidos. Durante su exilio en Argentina, después de la caída de su Gobierno en 1932, vivió junto a doña Graciela en Buenos Aires con la mayor pobreza, debiendo dejar a sus pequeños hijos en Chile, a cargo de la abuela - doña Margarita Velasco de Letelier - porque su pensión como soldado le fue privada por años.
La sobriedad de don Jorge Alessandri fue proverbial. Su natural elegancia personal la edificó a partir de su frugalidad proverbial. Don Jorge no le significó al erario público más gastos que el té, las galletas de agua y las “panimávidas”. Durante su presidencia, al caer la tarde, don Jorge hacía un último recorrido por las oficinas de la Moneda apagando luces para ahorrar electricidad. “El que paga…apaga”, dicen que repetía, y luego se retiraba de a pie hasta su viejo departamento frente a la Plaza de Armas.
Eduardo Frei Montalva siguió el ejemplo histórico al pie de la letra y con gran dignidad. Continuó viviendo en “su casa de siempre” en la calle Hindemburg, obtenida mediante un préstamo hipotecario de una Caja Previsional. Almorzaba en ella cada día, y gustaba caminar el largo trayecto entre la casa de Gobierno y aquella donde gobernaba doña Maruja . En esa casa “Ley Pereira” de calle Hindemburg, don Eduardo recibió a muchos altos dignatarios extranjeros, incluida nada menos que la mismísima Reina de Inglaterra y a su Príncipe consorte. Ni a él ni a doña Maruja se les movía la corona con cualquier ventisca de apariencias fatuas, pretenciosas y ridículas.
La casa del Presidente Allende, en Guardia Vieja, es y fue una casa sencilla y digna. De la misma clase de todas aquellas de los médicos de su época. El Doctor Allende, había servido como Ministro de Salud del Presidente Aguirre Cerda (1939-1942), como primer Presidente del Colegio Médico de Chile. (1949-1963); como Diputado en 1937, a los 29 años de edad; y como Senador por varios periodos sucesivos, pero vivió siempre del mismo modo. Se ufanaba Allende, con justificada razón, del hecho de que en sus desempeños públicos “podían meterse las patas…pero nunca las manos”… Esta afirmación no puede ser desmentida ni por su peor adversario. Allende había cursado todos sus estudios en la Educación Pública, desde el Liceo a la Universidad. Es el único Presidente civil del siglo XX que cumplió con su Servicio Militar, en el Regimiento Coraceros, de Valparaíso.
Se puede estar en las antípodas de su pensamiento político, pero no es posible negarle que con sus virtudes y defectos (como todos nosotros), él jamás lucró como autoridad ni condujo sus actuaciones por intereses materiales bastardos.
El General Pinochet, oriundo de Valparaíso, pero por sus ancestros de Chanco, de dónde le venía su marcado carácter campesino, nació en casa digna pero sencilla en la parte central del Puerto. Su padre no poseyó fortuna, desempeñándose como agente de aduanas. Conforme a su carrera militar, vivió en todos sus grados de Oficial en “casa fiscal”, en distintas regiones del país. Nada distinto de sus camaradas. Su carácter era duro, firme y sacrificado, matizado por una socarronería natural que dejaba en evidencia su sangre campesina y su condición de soldado infante. Chileno a mil, en virtudes y defectos. Mitad soldado de “todo terreno” y mitad huaso. Conocía el territorio nacional como la palma de la mano y la psicología de nuestro pueblo como muy pocos políticos.
Don Patricio Aylwin, quien cerró el siglo XX, fue asimismo ejemplo de sobriedad y decoro. Hijo de un Juez distinguido que alcanzó la Presidencia del Poder Judicial, pasó don Patricio su niñez y juventud en San Bernardo, en una antigua propiedad semi-rural que cultivaba y regaba su padre de su propia mano. Fue un abogado de la primera línea, Profesor en la U. de Chile, autor de libros y ensayos jurídicos de trascendencia, y pudo haber adquirido legítimamente un patrimonio considerable en el ejercicio de su profesión. Prefirió el arduo camino del servicio público. Su casa familiar – que tuvimos en suerte conocer – era la copia viva de su carácter y de su esposa, una señora dignísima, sencilla, distinguida y bondadosa.
En las últimas semanas las casas personales de los Presidentes de Chile han sido objeto de juicios duros y odiosos, que parecen responder al enrarecido ambiente que domina a nuestra sociedad de momento, tan lleno de rencores, mezquindades y resquemores de “mala leche”.
Un análisis sereno y justo permite sostener que habiendo sido nuestros Presidentes muy distintos entre sí, con caracteres e ideas políticas no solo diferentes sino diametralmente adversas en ciertos casos, hay sin embargo un punto nada irrelevante en el que sus personalidades coinciden: para ninguno de ellos la Presidencia de la República tuvo jamás finalidades de lucro personal. Cada quien, en su medida, se inspiraron con error o acierto en bien o mal comprendidos ideales patrióticos.
¿Se cree que lo anterior es algo normal y corriente en todas partes?...
¿Se piensa que en esta feliz circunstancia no tiene importancia para el espíritu nacional ?...
¿Se tiene por nada una expresión moral tan significativa?...
Para toda sociedad moralmente bien constituida, culta y consciente, lo que recordamos en estas líneas es base de un auténtico orgullo. Por tal lo tengo; y lamento por el prestigio del país que, en vez de celebrar esta larga tradición de nuestra Presidencia, nuestros políticos, opinólogos y medios se esmeren con tanto ahínco en emporcarla.
Freddy Mora | Imprimir | 636