Hoy
miércoles 16 de abril del 2025, Saludamos a Flavio
Opinión 16-04-2025
Maltrato infantil: Huellas invisibles

Macarena Norambuena Videla
Directora CAPSI U. Andrés Bello, sede Viña del Mar
Los recientes casos de maltrato infantil conocidos en los últimos días nos interpelan como sociedad y nos invitan —o más bien nos exigen— detenernos a reflexionar: ¿Qué consecuencias tiene la violencia en la infancia?, ¿Qué ocurre en el desarrollo emocional y psíquico de un niño o niña cuando el entorno que debería protegerlo se vuelve una fuente de vulneración?
Sabemos, en base a múltiples estudios e investigaciones que el maltrato infantil —ya sea físico, emocional o sexual — deja marcas que no siempre se ven, pero que afectan profundamente la forma en que el niño o niña se vincula con el mundo, consigo mismo y con los demás. Y más aún: desde el campo de la neurociencia, se ha demostrado que la exposición prolongada al maltrato modifica el curso natural del desarrollo cerebral. El cerebro de un niño o niña sometido de manera crónica a violencia o abandono no se desarrolla del mismo modo que el de un niño que crece en un ambiente afectivo y seguro. Áreas como la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal —fundamentales para la regulación emocional, la memoria y el juicio— se ven afectadas por lo que se denomina estrés tóxico frente a la violencia. Esto no solo condiciona el presente del niño, sino que compromete su capacidad de aprender, de confiar, de autorregularse y de desarrollarse de manera integral.
Las consecuencias no terminan en la infancia. La OMS advierte que los niños y niñas que han sufrido maltrato tienen hasta el doble de probabilidad de desarrollar patologías de salud mental en la adolescencia y adultez. Entre ellas se incluyen los trastornos del ánimo, de ansiedad, de personalidad, disociativos, adicciones, dificultades vinculares y conductas autolesivas.
Frente a esta evidencia, no podemos permanecer indiferentes. Garantizar la protección de niños y niñas es un deber que nos involucra a todos. Prevenir, intervenir a tiempo y ofrecer espacios de reparación psíquica debe ser una prioridad ética y social.
Proteger a la infancia no es solo una cuestión ética, es una inversión en la salud mental y social de nuestras futuras generaciones.
Directora CAPSI U. Andrés Bello, sede Viña del Mar
Los recientes casos de maltrato infantil conocidos en los últimos días nos interpelan como sociedad y nos invitan —o más bien nos exigen— detenernos a reflexionar: ¿Qué consecuencias tiene la violencia en la infancia?, ¿Qué ocurre en el desarrollo emocional y psíquico de un niño o niña cuando el entorno que debería protegerlo se vuelve una fuente de vulneración?
Sabemos, en base a múltiples estudios e investigaciones que el maltrato infantil —ya sea físico, emocional o sexual — deja marcas que no siempre se ven, pero que afectan profundamente la forma en que el niño o niña se vincula con el mundo, consigo mismo y con los demás. Y más aún: desde el campo de la neurociencia, se ha demostrado que la exposición prolongada al maltrato modifica el curso natural del desarrollo cerebral. El cerebro de un niño o niña sometido de manera crónica a violencia o abandono no se desarrolla del mismo modo que el de un niño que crece en un ambiente afectivo y seguro. Áreas como la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal —fundamentales para la regulación emocional, la memoria y el juicio— se ven afectadas por lo que se denomina estrés tóxico frente a la violencia. Esto no solo condiciona el presente del niño, sino que compromete su capacidad de aprender, de confiar, de autorregularse y de desarrollarse de manera integral.
Las consecuencias no terminan en la infancia. La OMS advierte que los niños y niñas que han sufrido maltrato tienen hasta el doble de probabilidad de desarrollar patologías de salud mental en la adolescencia y adultez. Entre ellas se incluyen los trastornos del ánimo, de ansiedad, de personalidad, disociativos, adicciones, dificultades vinculares y conductas autolesivas.
Frente a esta evidencia, no podemos permanecer indiferentes. Garantizar la protección de niños y niñas es un deber que nos involucra a todos. Prevenir, intervenir a tiempo y ofrecer espacios de reparación psíquica debe ser una prioridad ética y social.
Proteger a la infancia no es solo una cuestión ética, es una inversión en la salud mental y social de nuestras futuras generaciones.
Freddy Mora | Imprimir | 149