jueves 27 de junio del 2024
El Diario del Maule Sur
FUNDADO EL 29 DE AGOSTO DE 1937
Hoy
Opinión 16-07-2023
NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN, MADRE Y REINA DE CHILE (SOLEMNIDAD) AQUÍ TIENES A TU MADRE…

Raúl Moris G., Pbro.






La hora de la cruz, en el Evangelio según San Juan, se erige como la máxima expresión del paradójico modo del obrar salvador de Dios, todo ese actuar sorprendente, desafiante a cualquier cálculo o lógica humanos que ha caracterizado el andar del Dios del Pueblo de Israel a lo largo de la historia, encuentran aquí su punto culminante; la elevación de Jesús en la cruz es a su vez su más hondo abajamiento, el que ha sido presentado en el prólogo del Evangelio como Palabra, Vida y Luz, se halla sometido a la acción de los que no han querido dejarse persuadir por palabra alguna, se encuentra en agonía, a punto de franquear las puertas de la muerte, está sumido en las tinieblas. Es el momento de la fragilidad extrema, Jesús agotado por la tortura se desangra en la cruz, sin embargo, es el momento de la glorificación, el momento en el que el plan de salvación del Señor se mostrará con toda su esplendente verdad salvadora. Es el tiempo de la extrema debilidad del hombre y de la suprema fuerza de Dios.

Junto a la cruz de Jesús, no están los fuertes, no están los Discípulos que le han prometido dejarlo todo para seguirlos, no está Pedro que ha declarado que daría su vida por Él, no están los que lo emplazaban para que manifestara pronto y de manera eficiente que su Poder venía de lo alto; el miedo los ha paralizado, los ha ofuscado, los tiene encerrados, no está la multitud que entusiasta acudía con sus enfermos, que con asombro lo declaraba profeta y lo quería coronar rey luego de la multiplicación del pan y los peces, con indiferencia parece haber vuelto a las miserias cotidianas, será sensible otra vez que asome en medio de la sombras de la existencia ordinaria un chispazo de fiesta, pero no ahora, que parece triunfar la tiniebla.

Junto a la cruz y en soledad, está las mujeres: María, la Madre, María, la pariente de su madre, María, la Magdalena, incondicionales en su amor, expertas en aguante ante el dolor, la postergación, la humillación, el fracaso; y se encuentra el Discípulo Amado, el mismo que la tradición –sin duda iluminada por el cuarto Evangelio- lo presenta como el Discípulo más joven, el que apenas profiere palabra, el que se recuesta en el pecho del Señor, buscando comprender, plenamente abierto a sumergirse en la ternura que Jesús le prodiga.

Junto a la cruz de la fragilidad se encuentran los débiles, sin embargo, se encuentran de pie, esta actitud -lo recalcará este pasaje del Evangelio- es la de la Madre y el Discípulo: son los más débiles del grupo cercano a Jesús, los que más necesitarían consuelo en ese momento, los que precisarían estar rodeados de gente que les facilitase la difícil comprensión del sin sentido en el que están sumidos, pero están solos, y no obstante de pie. El vers. 25 comenzará declarando la actitud de la madre, (el texto griego utilizará la expresión heistékeisan el perfecto del verbo hístemi, que puede traducirse por “estar de pie, firme en su posición, como el centinela, o como aquel que, a pesar de la dureza de la jornada, está dispuesto a emprender la marcha) la Madre no yace abatida, derrotada, derrumbada al pie de la cruz, el agobio y el desconsuelo no la ha vencido: está firmes, sostenida no por sus propias fuerzas, sostenida por la fuerza de la fe, sigue creyendo inclaudicables en Aquél, que cuelga en la cruz, sigue creyendo en sus palabras, contra toda cuenta razonable, sigue alentando su esperanza y la de aquellos que la acompañan: María, la Magdalena, María, la de Cleofás y el Discípulo Amado.

Y es en esta debilidad, fortalecida por fe como abierta aceptación del don de la Gracia, en donde el evangelista quiere situar un momento fundacional de la Iglesia, la Iglesia de la Comunidad del Discípulo Amado, la de la Madre y el Discípulo al pie de la cruz, frágiles y sin embargo firmes, visibles cuando todos están ocultos, erguidos y traspasados por la fuerza que les viene de arriba.

En esta fortaleza en medio de la debilidad se asienta también la razón del simbolismo de los nombres genéricos con los cuales Juan menciona a la Madre de Jesús en este relato y en el relato antecedente que es el de las Bodas de Caná, con el que comienza la gran inclusión que constituye el cuerpo del Evangelio, en ambos, María no es llamada por su nombre propio, en ambos, es la Madre y la Mujer, tanto en el relato que constituye la obertura del Evangelio, el del primero de los signos que anticipa la Hora de Hijo, que es la Hora de la Cruz y la Hora de la Glorificación, como en el presente relato en donde la Hora ha llegado, en donde el misterio acontece con toda su fuerza salvífica.

Es la Madre, que ha albergado en su seno la esperanza de todo un pueblo, que ha nutrido y se ha nutrido en esta esperanza mientras está de camino, es Israel, Madre del Emmanu-Él, que se ocupa de la indigencia de los hijos e intercede por ellos para que el Hijo se manifieste en todo su esplendor, es la Madre de la Esperanza, de este pueblo frágil peregrino que está naciendo a la Hora de la Cruz. Pero es también la Mujer, la Nueva Eva, la de la obediencia, la de la humanidad restaurada por Cristo, que no obstante estar traspasada por el dolor al pie de la Cruz, más transida está de la Fe que la sostiene de pie, dispuesta a creer y a caminar en consecuencia con el Sí que ha dado desde su oscura entraña; es la Mujer-Iglesia que ha de emprender desde la Cruz el camino que la llevará a reconocer y manifestar el reino con toda su fuerza recreadora, es la Mujer-Hija, que ha de recorrer confiada la distancia que la separa de la casa paterna, es la Mujer-Novia que aguarda la venida del esposo, es la Mujer-Compañera, acompañada y acompañando al Discípulo enamorado, viviendo en su casa, compartiendo su suerte, sosteniéndolo con ternura, abrigándolo al calor de su propia fe.

Es a la Madre de Jesús, es a esta Mujer, primicia de la humanidad nueva en Cristo, bajo la tradicional advocación de la Virgen del Carmen a quien los creyentes en Chile veneramos dos veces al año, el 16 de julio y en el último domingo de Septiembre, como Madre nuestra y Patrona de nuestra Patria, es a ella a quien invocamos como Intercesora, para que vele por nosotros, sus hijos delante de su Hijo, el Único Mediador de la humanidad ante el Padre, y le presente nuestras propias indigencias, nuestra dificultad para acoger la gracia de Jesucristo y transformar el luto y el duelo que se originan en la inequidad, en la injusticia, en la postergación de tantos, en ocasión de conversión y estímulo para trabajar sin descanso de modo de acoger entre nosotros la fiesta del Reino; es a ella a quien veneramos como Maestra para que nos enseñe qué significa ahora, en medio de una época que muchas veces prefiere cerrar los ojos y los oídos para no ver el dolor ni escuchar su clamor, haciéndonos insensibles ante tantas demandas que nos urgen, una época conoce tantos medios para dispersarse, para evadirse; qué significa ser parte de una Iglesia que nace de pie, al pie de la cruz y ha recibido la vocación de ser solidaria con los hombres y mujeres de la tierra entera, de esta nuestra tierra.

Freddy Mora | Imprimir | 489