viernes 13 de septiembre del 2024
El Diario del Maule Sur
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Opinión 25-08-2024
PALABRAS DE VIDA ETERNA…

Raúl Moris G. Pbro.

Seguir a Jesús por el camino del discípulo supone un momento de seria decisión, que compromete nuestra vida entera, y nuestra entera libertad. Seguir a Jesús no pasa por el ilusionarse con el sonido de sus palabras, o con lo que hemos querido seleccionar de ellas, o con lo que nos parece que debería ser el contenido de sus promesas; seguir a Jesús no es un proceso de encantamiento que nos saca de la realidad para vivir en un horizonte soñado de pureza y aséptica candidez.

Jesús acaba de concluir el discurso del Pan de Vida, con el cual, en el Evangelio de Juan, el signo de la multiplicación de los panes se convierte, además de un anuncio del cumplimiento de las promesas mesiánicas, en una proclamación del misterio de la Eucaristía; sin embargo estas palabras de Jesús –nos cuenta el Evangelista- son acogidas con perplejo estupor, son motivo de tropiezo en la incipiente fe de los seguidores, nacida entre las sencillas aspiraciones de un pueblo que esperaba soluciones concretas a las urgencias cotidianas, junto con el cumplimiento de las promesas que sostenían por siglos la esperanza de Israel.

Los discípulos comienzan a dispersarse, la atracción inicial que los llevó a desear dejarlo todo para partir tras las huellas del Maestro, se ha encontrado con un obstáculo, una piedra de tropiezo (skándalon) en el camino: el lenguaje de Jesús les parece difícil de soportar, desacostumbrado, sus palabras chocantes y estremecedoras, escandaloso el hablar de comer la carne y la sangre del propio Cristo, en un contexto cultural en donde las restricciones alimentarias están canonizadas por el código de pureza ritual consagrado en el Levítico; por otra parte, las exigencias que alcanzan a entrever en este discurso, de la mano de su novedad, los asusta; es más fácil quedarse con lo conocido, seguir repitiendo los viejos ritos que dan seguridad, las palabras de Jesús contienen un desafío, cuya provocación no todos están dispuestos a asumir.

En los momentos anteriores del discurso, la progresiva incomprensión acerca del contenido de las palabras de Jesús, el desconcierto que éstas provocan y su ulterior abierto rechazo, ha sido un proceso que han ido viviendo los interlocutores, miembros del pueblo de Israel -gente común- pero también con seguridad algunos integrantes de la clase instruida, Escribas y Fariseos, a quienes Juan llama genéricamente “Judíos”; ellos son los que han transitado desde el interrogatorio perentorio -pero cerrado a la posibilidad de interpretar como signos, los que Jesús está realizando delante de sus ojos- al rezongo que impide escuchar de verdad lo que Jesús les está revelando: el sentido último de los signos, para finalmente caer -en el colmo de la incomprensión- en la abierta y flagrante discusión, que los termina alejando y cayendo en la dispersión.

Sin embargo, en esta suerte de coda del discurso -que ya ha concluido solemnemente en el v 59- un proceso análogo se pone de manifiesto en medio del grupo de los discípulos.

Aquí aparece una advertencia importante sobre el discipulado: no basta con seguir plácidamente a Jesús para ser discípulo, no basta gustar de sus palabras, seguirlo porque en ellas encontramos consuelo, porque ellas nos provocan una sensación de bienestar, de paz interior, tampoco basta el seguir a Jesús en busca de signos y portentos que nos alimenten el ansia de llenar de una suerte de magia la vida ordinaria.

Seguir a Jesús por el camino del discípulo supone un momento de seria decisión; que rara vez habrá de tomarse en la tranquilidad de una meditación serena al calor del fogón familiar; sino que habrá de ser sopesada en medio del tráfago y de la urgencia, en medio del quehacer que nos urge por todos los flancos, en medio de la situación desnuda, dando la cara a la crudeza de las palabras en las que se expresa la exigencia del Señor para aquellos a los que ha llamado a caminar consigo.

Seguir a Jesús pasa por el momento en que frente a frente, delante del desafío y la provocación de su Encarnación, de su Palabra y de la inminencia de su Cruz, libremente tomamos una decisión, la Decisión que compromete nuestra vida entera, y nuestra entera libertad, asumiendo con valentía y lucidez la dificultad y la lucha desgarrada que significará mantenernos en esa Decisión, mantenernos en el camino, cuando son tantos los atajos por los cuales la fragilidad de nuestra condición humana –la Carne- se ve tentada; tantos los desvíos y desvaríos por los que la veleidad de nuestra voluntad, nos quisiera encaminar.

Seguir a Jesús no pasa por escoger una moral que nos ordene la vida y que nos dé respuestas inmediatas y automáticas, a las distintas situaciones que nos salgan al paso; seguir a Jesús pasa por tomar partido por Él, por su Persona y por sus palabras: por su Persona que nos exigirá siempre más que un código escrito; porque implicará siempre la tarea de ir conociéndolo, de ir cultivando y compenetrándonos en esa relación de amor; por sus Palabras, en las que habremos de creer aunque nos suenen muchas veces ásperas, aunque nos lleven continuamente más allá de los espacios en donde nos sentimos a resguardo, aunque nos saquen a la intemperie del sosiego y del consuelo.

Será este desafío el que decidirá quiénes son los verdaderos discípulos, el que pondrá por descubierto lo que se oculta en el corazón de la muchedumbre que le rodea: el desafío que plantea el encontrarse de pronto frente a la pregunta por el sentido, pregunta que no nos hace fáciles las cosas, sino que aparentemente las complica, porque nos invita a tomar posición frente a la vida, a tomarla en serio, a ella y a nosotros mismos; por eso la reacción de Jesús ante lo que está aconteciendo entre los que lo siguen toma la forma de un emplazamiento: ¿No querrán irse también ustedes…?

Y la respuesta de Pedro es precisamente la de quien ha descubierto en Jesucristo el sentido largamente buscado, frente al cual todo lo demás se desvela relativo y pierde su anterior consistencia, ese peso específico que nos invita a poner nuestra confianza aquí o allá, en nuestras capacidades, en nuestras ocupaciones, en nuestros puntos de vista…; ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna… Las palabras de Pedro no hablan de una doctrina, ni de un ordenamiento moral, ni de un lugar institucional en donde refugiarse, no dirá Pedro: “a dónde iremos”, sino a Quién.


Las palabras del Apóstol, quien vive aquí, en la Sinagoga de Cafarnaum, que se está quedando vacía, el momento que los Sinópticos ubicaron en las inmediaciones de Cesarea de Filipos, darán cuenta de la decisión de emprender un seguimiento de la persona de Jesús, con todos los riesgos que pueda implicar: los momentos de incomprensión, de desolación, de un temor tan grande que le hará gustar a fondo el amargo cáliz de la vergüenza de haber intentado salvarse él mismo, a costa de negar al Maestro; pero también los momentos en los que Pedro se atreverá a adentrarse en las aguas profundas del Misterio de Salvación que terminará por ganarse su adhesión y su vida por completo.

Freddy Mora | Imprimir | 221