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Opinión 21-11-2021
Solemnidad de Cristo Rey Entonces ¿Tú Eres Rey?

Pilatos llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le respondió: “¿Dices eso por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” Pilatos replicó: “¿Acaso soy judío?” Tu nación y los sumos sacerdotes, te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?”. Jesús respondió: Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”. Pilatos le dijo: “Entonces. ¿Eres tú eres rey?” “Tú lo dices: Yo soy Rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que proviene de la verdad, escucha mi voz. Le dice Pilatos: “¿Qué es verdad? (Jn 18, 33b-38)
¿Eres tú el rey de los judíos?... con esta pregunta va a dar inicio el interrogatorio de Pilatos a Jesús, interrogatorio que en ningún Evangelio se encuentra tan desarrollado como en el de Juan, y que constituye en el cuarto Evangelio, la ocasión para que Jesús revele explícitamente el modo en que Dios ha dispuesto para el cumplimiento y verdadera encarnación de la expectativa mesiánica del pueblo de Israel.
Los distintos Evangelistas van a dar cuenta de este título que -como ellos mismos testimoniarán- es el motivo declarado de la condena por parte de la clase dirigente de Jerusalén y la razón inscrita en el pretendidamente infamante cartel que Pilatos ordena clavar como provocación sobre la cruz; sin embargo el título de Rey, aplicado a Jesús va a presentar matices en los distintos relatos; si para Mateo, recogiendo una imagen que desde antiguo había quedado grabada en la memoria de Israel, Jesús será el Rey Pastor y Juez del final de los tiempos, que vendrá con gloria a presidir el gran tribunal de justicia en donde la humanidad habrá de rendir cuentas del ejercicio de la misericordia, (cf Mt 25, 31-46), y para Lucas, Jesús será el Rey Salvador que se manifiesta como tal, en la total donación de su vida en nombre de su pueblo, el rey que se inmola por los suyos en el gran sacrificio, que restaura la relación del cielo con la tierra (Cf Lc 23, 35-43); la pregunta que corresponde hacer, y que nos ayudará a responder la lectura atenta de este pasaje, es cuál es el modelo de realeza con el que Juan nos presenta a Cristo Rey.
Como suele suceder en el Cuarto Evangelio, el significado final surgirá a partir del malentendido que suscitan las palabras de Jesús y las diversas expectativas que ellas despiertan una vez que son pronunciadas como una buena noticia; en este caso las palabras Rey/Reino, Testigo y Verdad.
El punto de partida será de carácter exclusivamente político; así parece considerar Pilatos la pretendida realeza de Jesús, o al menos así parece que quieren los sumos sacerdotes del Templo que el representante del imperio la entienda, de modo de ser persuadido de que representa un peligro para la estabilidad del poder, -el cargo es el de sedición frente a la autoridad de ocupación, el crimen es contra Roma-, así lo atestigua también el título acusado: Rey de los judíos -en vez de Rey de Israel, que habría aludido directamente a la esperanza puesta en el Mesías- Pilatos no es llamado a dirimir una disputa religiosa, ni tampoco se siente llamado a asumir ese rol -cómo podría además hacerlo si la fe de Israel le es completamente ajena- ante esta estrecha lectura política del cargo, ya en la primera réplica de Jesús se anuncia la índole diversa del ejercicio de su realeza.
¿Dices eso por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?... Si bien Juan nos presenta dos interlocutores hablando entre sí, en realidad no estamos frente a un verdadero diálogo: los dos participantes habitan en esferas de sentido diferentes e inconexas, así, durante todo el pasaje, las intervenciones no se siguen en un orden lógico: a la primera pregunta de Pilatos, Jesús responde con otra, que parece ser una velada invitación a encaminarse por la senda del discipulado; a la siguiente intervención de Pilatos, con la que rechaza la invitación de Jesús a abrirse a su perspectiva, la pregunta ya ha cambiado, pero Jesús, tampoco responde a esa nueva interrogante, sino que es una exposición acerca de lo diversa que su realeza aparece ante quienes esperan una fundada en los criterios “del mundo”, en la dinámica del poder; y así hasta el final de este desencuentro, que concluye con la pregunta de Pilatos nunca respondida y que sella definitivamente su postura.
La pregunta inicial de Jesús, sólo revelará su sentido en su última intervención en este pasaje, cuando revela a Pilatos por fin su propia comprensión de lo que significa ser Rey. Con esta primera pregunta, Jesús le está abriendo la posibilidad a Pilatos de abrir la puerta de su entendimiento para dejarse ganar por la buena noticia del Señor, con la réplica de Pilatos la suerte del diálogo está echada: de ser una ocasión y posibilidad de encuentro se ha transformado en un irremediable desencuentro.
La ocasión del desencuentro parte del hecho de que el diálogo entre Jesús y Pilatos, se establece entre dos personas que provienen desde culturas diferentes, en las cuales los significados para palabras, que ellos creen comunes, son diversos: Pilatos, un romano cuya lengua nativa es el Latín, está hablando con un Galileo, cuya lengua nativa es el Arameo; para poder darse a entender, ambos están tentando expresarse en Griego, lingua franca del mediterráneo del siglo I; el gran problema es que cada interlocutor posee un diccionario con sentidos diversos para cada entrada, así las palabras claves en este diálogo: Basileüs / Basileia, (Rey / Reino), Alétheia (Verdad), Martüs (Testigo) saben distinto, cuando las pronuncia Jesús o Pilatos.
Rey y Reino, Pilatos entiende estos nombres desde una óptica absolutamente política; la propuesta de Jesús, en cambio, excede con creces este ámbito: apunta al proyecto de exaltación y dignificación que el Padre ha concebido para la humanidad entera, más allá de “toda lengua, raza, condición o nación”, proyecto que ordena y orienta la dinámica de la misma Encarnación; esa propuesta rebasa la capacidad de comprensión del Procurador romano, una de cuyas tarea era sofocar a tiempo las revueltas, adelantarse en la represión de los levantamientos, y afirmar a toda costa la precaria autoridad de Roma, en la sensible provincia de Judea.
Algo análogo ocurre con el concepto “Verdad”; para Pilato, un hombre educado en la cultura grecorromana, la Alétheia, es aquello que descubren los ojos (La mirada física, pero especialmente, la de la razón), aquello que asoma como evidente a primera vista, o luego de descorrer arduamente los velos que cubren lo real. Para Jesús, Verdad, es aquello que sale de la boca de Aquél que no miente, aquello que Alguien me está revelando por amor, y al que, con amor y fidelidad, le he de prestar obediente oído.
Enfrentándose, hay dos compresiones de la realidad que no logran conciliarse, aunque estén usando las mismas palabras, el encuentro entre Jesús y Pilatos, termina así en la incertidumbre y en la perplejidad del procurador, que sellará la suerte del Señor.
Tu nación y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos… agreguémosle a lo anterior el notable uso del término griego Ethnos, ”Nación” puesto hábilmente en boca de Pilatos por el Evangelista para referirse a los acusadores de Jesús, en vez de Laos, “Pueblo”; notable, porque en el modo como los judíos se veían a sí mismos, estos términos implican una diferencia radical: sólo hay un Laos, un solo Pueblo, constituido por la elección de Dios: el Pueblo de Israel; los demás, las naciones, los gentiles, no han recibido esta vocación y misión.
Si mi Reino fuera de este mundo… La relación del Reino - anunciado e inaugurado por Jesús- con la realidad temporal, con los asuntos humanos, es una relación compleja: en primer lugar, no procede ni se origina en esta misma realidad, sino que adviene a ella desde la eternidad de Dios, por tanto no ha de confundirse, no puede reducirse a un proyecto político, por muy liberador, por muy justiciero o equitativo, que sea, por mucho que se empeñe en la anhelada promoción del hombre, de todos los hombres; no obstante, en segundo lugar, el que no provenga de la dinámica del mundo, no implica que corra paralelo o que se desentienda de éste, que sea meramente el anuncio de una dimensión relegada y encerrada en la lejanía del fin de la historia.
Estas dos deficientes comprensiones del Reino es lo que se encargará de despejar Jesús delante de Pilatos, primero, mediante el uso de una hipótesis que permita establecer un contraejemplo, y en segundo lugar, a través de la declaración positiva de su misión de cara al mundo: Si mi Reino tuviera su origen en la dinámica de este mundo, –comienza a decirnos Jesús- entonces debería funcionar de acuerdo a ella, y por tanto –continúa- tendría servidores (en griego hüperetai, con el que en otros pasajes se alude a la guardia ligeramente armada del Templo, al servicio de la casta sacerdotal) y estos servidores-guardianes, lucharían para imponer por la fuerza el Reino, o para defenderlo de las agresiones, así es esperable que suceda en los asuntos políticos, pero mi Reino no es de aquí…, no procede de la voluntad de poder que rige los negocios de las naciones, no posee por tanto, guardias armados, soldados a paga, súbditos sometidos al arbitrio despótico de su rey…
Yo soy Rey. Para esto he nacido y he venido al mundo… Ante la pregunta estupefacta de Pilatos, que no logra dejar su comprensión de realeza, viene la revelación de la realeza de Jesús y de la índole de Su Reino: el Rey que es Jesús, es el Rey Maestro, revelador de la Verdad, que no es otra cosa que la declaración del Amor siempre fiel de un Dios que no se retracta de su voluntad de llamar a la humanidad para que viva.
Rey Maestro, que no ha venido a inaugurar un Reino de súbditos, sino de discípulos, capaces de escuchar, un reino que no conoce fronteras, a menos que nosotros mismos las emplacemos en el entendimiento de nuestro corazón: las barreras que levantó Pilatos ante la primera pregunta de Jesús, la barrera de la pregunta final de este pasaje, cuando Pilatos pregunte desolado qué es verdad, teniendo a Quien es la Verdad enfrente suyo.
Un Reino que espera de nosotros un cambio de perspectivas, de mentalidad, que nos convierta de meros auditores o lectores de estas palabras, en discípulos de ellas, dejándolas fructificar en nosotros para salir con buenas noticias que desafíen desde la Verdad, testimoniada y vivida, al mundo, para que la invitación a la Conversión, por la cual entregó la vida el Rey, cuyo trono es la Cruz, permee de tal manera nuestra inteligencia y nuestro corazón, que se desborde como un torrente incontenible para inundar el mundo entero.
Raúl Moris G., Pbro.
Freddy Mora | Imprimir | 713