martes 08 de octubre del 2024
El Diario del Maule Sur
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Hoy
Opinión 08-10-2024
UN ENCUENTRO EN LA PALABRA Taller Literario de la “AGRUPACIÓN CULTURAL GERMÁN MOURGUES BERNARD”

ACUÉRDATE DE MÍ
Antonia de María

Fue hace tiempo, cuando nadie pensaba que Plutón existía, ni si era o no planeta. Si bien el lugar era árido, los ciudadanos habían tenido la inteligencia para extraer aguas de los pozos y algo de vegetación circundaba el lugar. Desde la curumba tenía una vista panorámica de todo; sin embargo, no podía voltear la cabeza y a veces ni siquiera abrir los ojos, el viento a esa altura se pone agresivo y punzante, imaginaba que era como minúsculos cuchillos de hielo, yo si sabía lo que es el hielo, pero sobre todo era lo que esos cuchillos punzantes le hacían al alma, fríos, grotescos, inasibles. ¿Han visto las banderas cuando, hastiadas del mástil y el viento, penden de una fuerza incomprensible que las ata y las obliga a volverse jirones? En Chile aparecen muchas, sobre todo cuando uno se despierta de las catástrofes y se vuelve espectador de una realidad insoportable. Después de todo, la vida es un salto al vacío y uno se queda hasta el final porque es bien difícil apagar la esperanza.
Muchas veces antes, en las encrucijadas, pude haber elegido. De hecho, lo hice, elegí, bien o mal, condicionado, siempre condicionado por las variables de las circunstancias. No es que recuerde cuándo inicié el camino que me condujo a esta cúspide ni si fue uno en particular. Pero aquí estoy, cansado, muy cansado, herido de agonía, de una agonía que viene desde mi nacimiento.
Mujeres tuve muchas, más de las que necesité, aun así, no me parecieron suficientes y tomé sobre todo las que se me negaban. ¿Riquezas? Ahora me pregunto para qué. Solo tomaba lo que yo en justicia creía que era mío, porque se me había negado, porque estaba disponible, porque era fácil, por lo que fuera ¿Cómo podría haber elegido? A veces el mal se nos presenta seductor e implacable y brillante, tan brillante que nos ciega, no nos deja ver las consecuencias, la trascendencia, tanto, que la razón y la voluntad se nos vuelven huidizas, furtivas, casi clandestinas y entonces, como en éxtasis, disfrutamos de la gratificación del momento.
Y culpamos a otros, a la ceguera del brillo, a la disponibilidad, a la niñez atrofiada, a los padres ausentes, a la Ausencia Presente, a la Presencia Ausente, a lo que tú quieras y entonces te viene como una náusea mezclada con temor y llanto. Y nos quieren convencer de que somos responsables, de que somos culpables y blasfemamos y gritamos de dolor. ¿No lo han notado? Miren a su alrededor, hay muchos gritando, gritan en medio de los sordos, los perfectos, los que se horrorizan. El odio se adueña de todo y nos volvemos más ciegos aun y con ello vamos profundizando más en el brillo, en lo sórdido, en lo agónico.
Cuando iban a ir por mí, la angustia me apretaba el estómago, algo me decía que confiara, pero yo no podía prestarle atención, la incertidumbre, la falta de garantías, la soledad, me llenaban el alma de un dolor indefinible, tenía miedo, lloraba, vomitaba. Cuando por fin llegaron, sin comprender aun si por cual de todos los hechos imputados o si por todos ellos, se me juzgaría, sentí alivio. Lo que sucediera a partir de ahora ya no dependía de mí. Un destino inexorable me conducía, inefable, hacia donde por fin podría hallar la paz o el infierno.
Yo voy a saltar al vacío ahora y tengo miedo. Algo me dice que está todo bien ahora, que todo va a terminar pronto, que voy a descansar de este largo hastío, que es solo el cansancio final. A mi lado dos hombres son agredidos por los mismos minúsculos cuchillos gélidos que laceran mi cara, mis ojos y mi cuerpo, no los veo, pero los puedo escuchar. El uno le dice al otro con la misma violencia con la que vivió “sálvate a ti mismo, Rey de los judíos”. Fue como una estocada, como la furia de todos los vientos y con una fuerza inaudita le pregunto “¿Este qué ha hecho?” “nosotros nos merecemos esto, pero ¿Y él?” y como en un susurro, como acariciándolo, le pido que se acuerde de mi cuando llegue a su Reino. Y entonces, como en un susurro, como acariciándome, el cielo se oscurece, la tierra tiembla y yo lo escolto a su reino.
Freddy Mora | Imprimir | 184