CEGUEDAD
Mariano Roca

En el anchuroso viaje de la vida
sombras en el cielo se fueron anidando,
todo se extinguía bajo la penumbra
de aquella espesa nube adormecida.

En su marchito rostro dos candiles
cómo la tarde se fueron apagando,
ya no alcanzaban para ver el mundo
en la declinación de su jornada.

En almohadones de niebla
los árboles se fueron disolviendo,
las estrellas en el cielo derretidas
navegaron errantes en el limbo.

También el contorno de las cosas
se fue fugado en la penumbra,
de aquellos cristales destrozados
en los que su alma se escrutaba.

Cerrando los párpados encontró
lo que en su errancia buscaba,
y fecundaron su corazón los versos
como a la tierra las lluvias en abril.

El universo contenido en su mirada
sin presente, pasado ni futuro,
todo el tiempo en un punto contenido
le reveló el misterio de la vida.

En la penumbra se le hizo claro
el sentido de todo lo existente,
vio de la eternidad en un segundo
el Alfa y el Omega congregados.

Liberado ya de las cadenas
que en un mundo de espejismos
apresada su mirada mantenía,
comprendió el bien y el mal.

Vio como Tiresias el futuro
que proclamaba la Sibila de Cumas,
ciego cual Edipo en su castigo
en el laberinto vio más claro.

Casi al final de su peregrinaje
encontró aquello que anhelaba,
comprendió el origen y el fin de lo existente
y lo intangible en un mundo de ilusiones.