martes 21 de enero del 2025
El Diario del Maule Sur
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Hoy
Opinión 21-01-2025
UN ENCUENTRO EN LA PALABRA Taller Literario de la “AGRUPACIÓN CULTURAL GERMÁN MOURGUES BERNARD”
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BÁRATRO

Antonia de María

Fue de repente. La ruda que estaba frondosa amaneció con sus pequeñas hojas, ni siquiera marchitas, secas, absolutamente secas. El calor sofocante, pegajoso y salado, debe haberla secado. No hubo señales y si las hubo, no hicieron lo suficiente como para que yo las escuchara. Igual le puse agua antes de salir. En una de esas, renace.
Afuera, la calle refracta el sol desde el cemento. Sabe Dios que no soporto el calor. La gente parece más lenta, incluso podría decirse que se mueve onduladamente. ¡Que curioso! Hasta las construcciones, las tiendas, los maniquíes, los vehículos se ven ondulados. Debe ser el calor que me está friendo el cerebro.
No tengo claro a donde voy, no recuerdo a qué salí a la calle, pero ya que estoy aquí es mejor avanzar, ya lo recordaré. No puedo apartar de mi cabeza a la ruda. Los veranos calurosos me hastían. En general, el calor en invierno o verano tiene el poder de descomponerme, la náusea que me causa el sabor salado que intuyo en los fluidos y la ropa humedecida y caliente de los cuerpos humanos y en la modorra de los animales envueltos en felpas obscenas, se me representan amenazantes. Hasta los ríos languidecen, sucios y carcomidos. Ahora mismo, mi cuerpo mojado, mi ropa también húmeda y caliente, el sudor cayendo en mis ojos me irrita tanto que me dan ganas de gritar y como en un acto de redención quiero golpearme el vientre o la cabeza con toda la rabia que me invade. Caigo, extenuada, al suelo, llorando. Tal vez lo mejor sea ir a sentarme a la cafetería a leer, allí por lo menos hay sombra.
A lo lejos veo venir a la Carola, ella siempre se viste elegante, cuida cada detalle de su atuendo en una armonía y simetría perfectas, si un rulo de su pelo se le escapa a la frente es porque así está programado y solo para añadirle más glamour. Siempre, también, cuestiona mi atuendo, sobre todo mi sombrero negro de alas anchas y con presillas y mis sandalias rojas que, como ella, dice parecen manda. Le cuesta entender que esos dos elementos son esenciales para mí, las presillas del sombrero me permiten intercambiar pañuelos según mi necesidad y las sandalias lamentablemente son rojas, pudieron haber sido lilas o grises o, mejor aún, azules, pero son las únicas que mis pies toleran. Cuando ya está cerca le quiero hablar, pero no me sale la voz. Ella no me ve, su cara increíblemente atormentada, me quiso contagiar su angustia, debe hacerle mal el calor también.
Dicen que el fuego existía aquí desde siempre, desde que el sol fue puesto en el cielo. El calor aumenta, el cielo se ha puesto gris y el aire irrespirable. Empiezo a desconocer la ciudad. Todo es rojo, encendidamente rojo. Debe ser un incendio forestal. Esta mañana un rinoceronte con piel de cuadrícula de ajedrez, que más parecía un triceratops y que olía a que la vida era bella, me oprimió el pecho con tanta intensidad que me despertó y me dejó una sensación de perplejidad. Claro que cuando desperté ya no estaba.
El sol se ve como a través de un vidrio ahumado de esos que usábamos en la niñez para ver los eclipses. Lo miro de frente, lo miro a la cara. En el horizonte, como las puntas de una cabellera rojiza, se asoma el fuego y me provoca una pequeña desazón. Creo que empiezo a sentir angustia. Aun así, me conmueve la majestuosidad de los distintos rojos encendidos, acompañados de unos grises envidiosos, a veces más claros, otras veces muy oscuros.
He llegado al borde de la ciudad. El fuego está ahí justo frente a mí. ¿Un incendio forestal que se les escapó? Detrás de mí el fuego me acosa sin consumir el paisaje. Esto es una locura, tengo miedo, el calor me agobia, tengo sed, no me duelen los ojos con el humo, me duele el alma. ¿Qué es esto? ¿Una pesadilla? Un abismo de lava me espera hacia adelante. Frente a mí, el fuego se alza como un ser vivo, un monstruo que suda llamas y rabia. Su resplandor lo enrojece todo, lo ilumina todo, como en un burdel, no hay consuelo en esa luz. Es el rojo incandescente de la sangre, del juicio, del castigo. Las llamas, a su vez, escupen chispas que saltan sobre mi como pequeños demonios, como verdugos, como insectos, vengativos, sádicos, lujuriosos de almas. ¿Detrás? Arde todo sin consumirse, no hay un detrás. Empiezo a correr hacia el fuego que no consume. Eso es mejor que el abismo, pienso. Llego al Estadio, se ve limpio, quiero entrar, hay una piscina allí. Puedo descansar.
Mi cabeza da vueltas, tirada boca arriba sobre el pasto, veo el cielo gris y al sol con los vidrios ahumados, veo la ruda seca, veo triceratops con piel de cuadrículas, veo mis proyectos cayéndose a pedazos, veo perros maltratados, niños violentados, sueños rotos, esperanzas cayendo como confetis desde el cielo. Las derrotas se abren como abanicos verdes con plumas negras que se agigantan. Me pesan. Ya no los puedo sostener. “Eran mis proyectos”, “No era mi voluntad”. “No estoy para la risa suya”. “Si me amaras lo entenderías”. “Si me amara no me haría doler”. “Si me conocieras”. Voces. Voces. Voces. “¿Sabe qué es lo que más me molesta? Que se me culpe a mí de lo que a mí me tocó. Porque la vida no es lo que uno quiere sino lo que nos toca y no hay nada que me convenza de lo contrario”. Las lágrimas ya no quieren asomarse. El fuego me persigue. El fuego me alcanza. Ya es tarde. Ya no puedo retroceder. Tal vez si El echara un poco de agua yo pudiera renacer.
Freddy Mora | Imprimir | 74