Hoy
martes 11 de marzo del 2025
Opinión 11-03-2025
UN ENCUENTRO EN LA PALABRA Taller Literario de la “AGRUPACIÓN CULTURAL GERMÁN MOURGUES BERNARD”
EL EXPERTO
Antonia de María.
El tránsito vehicular en Linares está cada vez más congestionado. “Los juegos que están en la Alameda se quedarán hasta el domingo” me dice mi hijo. Yo solo quiero ir donde mi hermana que me llamó urgentemente, tiene no sé qué trabajo; bueno mi hermana siempre tiene trabajos urgentes. El sol está imponiéndose con todos sus bríos y no quiero exponerme todavía. “Te llevo” me dice, “pero antes pasaremos a echar bencina”. Mi hijo es grande, no solo físicamente, todo lo hace como con autoridad, con autodominio. Desde que murió su padre asumió un rol protector y garante, tanto de mi como de su hermana que ya bordea los cuarenta y yo no estaba en condiciones de objetar nada por pereza o porque no lo juzgué importante, solo fue sucediendo, como la vida, como la muerte, creo que fue también su forma de elaborar el duelo. Me pregunto si aún es tiempo de volver a conducir, la Nancy tiene setenta y ocho años y aun conduce, pero ella nunca dejó de hacerlo. Yo sí, no me explico por qué, simplemente sucedió y no sé si me hace falta, a veces creo que sí. Mi hijo conduce con calma, pendiente de nuestra conversación y de las condiciones del tránsito congestionado, al mismo tiempo; de alguna manera, avanza esquivando a peatones y otros vehículos como con una especie de orgullo, de la altivez propia de los que se sienten seguros, me hace recordar a mi hermano. El calor de fines de octubre es casi sofocante y anuncia un verano peligroso.
La gente ya está usando sombreros, nunca he usado sombrero, pero creo me hace falta uno. El sol no solo quema sino también enceguece. Un sombrero sería muy útil. Mi hijo no usa sombrero, pero sí gafas; habla de tecnología, de música, del rock metalero, del gimnasio, de sus sueños. Yo lo escucho con avidez. Tiene el mundo por delante y espero que lo conquiste. “Te quedan bien los lentes” le digo.
—¿Cómo al motorista? pregunta.
—¿Cuál motorista? digo yo.
—¿Qué no te acuerdas? Íbamos saliendo del Multimarket, un supermercado azul que estaba en Yumbel al lado del arriendo de películas, tú conducías y al llegar a la esquina de Valentín Letelier, había un carabinero en moto con gafas, el semáforo que estaba en rojo pasó a verde y tú y el motorista se miraban y el semáforo seguía girando verde amarillo y rojo y ustedes no dejaron de mirarse y el semáforo seguía dando vueltas y vueltas hasta que algún cristiano irreverente tocó la bocina y el motorista te sonrió y te hizo un gesto para que avanzaras.
—Ah “chutas”, no recordaba esa anécdota. Pero no creo que haya sido tan así.
—Así fue, pregúntale a la Mona, ella y yo pensamos que fue un grito de la naturaleza, así como Tarzán y Jane. Siento vergüenza, no fue un buen ejemplo materno. Irremediablemente el gusto que tiene mi hijo por reírse siempre de todo me contagia. Nos seguimos riendo de muchas otras anécdotas familiares y entonces me doy cuenta de que le gusta alegrarme la vida. Es que a veces, nosotros los adultos, vamos perdiendo la esperanza, el tiempo se nos va diluyendo, la ausencia de certeza no nos deja soñar, ya no queremos correr riesgos, ya no podemos hacer proyectos, sobre todo si la autocrítica nos quita las fuerzas.
—¿Qué quieres ser cuando grande, mamá?, me dice y me sorprendo con la pregunta. Guardo silencio. Siempre digo que quiero ser sana, limpia, lúcida y completa. Estar bien. El bienestar tiene que ver mucho con los logros personales o profesionales o materiales, con la vida saludable, con enterrar los dolores y los rencores y con la convicción de que cada día es una nueva oportunidad. Los adultos sabemos que lo que fue o lo que ya no fue, nunca más será. Pero cuando fuimos jóvenes creíamos que siempre quedaría tiempo. Es curioso como el mundo nos atrapa, queremos ser vistos y aprobados, queremos hacer cosas extraordinarias, lograr cosas extraordinarias. Hay en el ser humano como un deseo virulento de aspirar a lo más bello, lo más bueno, lo más perfecto, queremos ser reconocidos, respetados, queremos ser un aporte y entonces alcanzar la libertad, pero no una libertad cualquiera sino la suma de todas las libertades, la libertad emocional, la libertad financiera, la libertad espiritual, la libertad física. Creemos que los demás están obligados a querernos y nos duele, nos hiere que no sea así. Y queremos vivir sin rencores y amanecer sin la sombra de las enfermedades, de ser capaces de recoger lo que se nos deslizó debajo de la cama y de despertarnos sin el dolor de las consecuencias de nuestras decisiones. ¡Ah! si las nuevas generaciones pudieran ser capaces de hacer de sus cuerpos y sus mentes algo sustentable y sostenible al mismo tiempo, entonces tal vez alcanzarían la plena libertad.
Llegamos a la bencinera, como todo en todos lados está saturado. Delante de nosotros un automóvil blanco paga en efectivo. Mi hijo siempre lo hace con una aplicación. El bombero recibe el billete de veinte mil pesos y lo toca, lo frota con los dedos y lo levanta al nivel de su vista con ambas manos como si fuera un experto y lo mira al trasluz, como una máquina ultravioleta, detectora de billetes falsos. Quiero reírme como mi hijo y entonces le digo “El señor esa jura que es un detector de billetes”. Mi hijo, con seriedad, me dice “el hombre conoce su oficio, imagínate cuantos billetes de veinte pasan por sus manos en un día, si eso lo multiplicas por el tiempo que lleva trabajando, el tipo es un experto”. Me avergüenzo de nuevo.
—A tu pregunta, le digo, mi respuesta es: cuando sea grande, quiero ser libre, ¿y tú?
—Ya soy mucho de lo que quiero ser, pero además tengo claro lo que no quiero ser.
—¿Y eso qué es?
—No quiero ser huérfano...
Freddy Mora | Imprimir | 128