Hoy
martes 25 de marzo del 2025
Opinión 25-03-2025
UN ENCUENTRO EN LA PALABRA Taller Literario de la “AGRUPACIÓN CULTURAL GERMÁN MOURGUES BERNARD”
ESPECTRAL VISITA PARA UNA CASA VIEJA
Gabriela Mourgues O.
Después de reposar tanto tiempo, de ensoñar en esa profunda noche sin pausas, me sorprendo incorporándome sin ninguna dificultad física ni dolor. La facilidad de movimientos me desconcierta. Es extraño sentir de nuevo la libre vitalidad de un niño de escasos años. Sin embargo algo hay en mí, una imprecisa sensación, un padecimiento subterráneo que me desasosiega; una sombría amenaza, un dolor inexplicado que me inunda completamente.
Simultáneamente siento la necesidad de examinarme. Y me veo sin ojos, sin brazos, ni piernas, sin rostro; soy una forma imprecisa, de bordes indefinidos, una sombra casi invisible meciéndose en el silencio, pero expectante, escuchando, mirando, entrometiéndome en un mundo al que ya no pertenezco… ¿Qué espero? ¿Por qué he venido? ¿A quiénes busco? ¿Quién me ha convocado?
Y de pronto la he recordado: La casa. Ella me ha llamado. ¡Tantas veces la he sentido cerca! Requiero verla, sentirla nuevamente…
Estoy frente a su fachada. La hora crepuscular en que me encuentro, me permitió encontrarla, verla, aunque sólo reconozco algunas partes. A medio construir todavía impone respeto en su sencillez, tan humilde, pero a la vez, tan ancha para los que vivimos allí. Con su opaco corredor y puertas cerradas parece misteriosa, pero no hostil ni peligrosa. Tal vez ya no es mi casa, ni mi lugar, pero paradojalmente todavía la siento amable y acogedora, reservada y al mismo tiempo ligada eternamente a mí, inquietante y gravitante con su presencia profunda.
Me conmueve esta casa, siento en sus puertas, en sus ventanas, algo que no puedo reconocer: un sentimiento, una íntima tristeza, una ansiedad, un sufrimiento, algo que no puedo precisar, que no entiendo.
No puedo definirlo, las palabras y explicaciones se me escapan como de una jaula abierta, revolotean imprecisas en torno a esta construcción, a esta morada, picoteando mi pecho, agujereando la paz, causándome una dolorosa angustia indefinida.
Comprendo por fin que eso me ha despertado, esas sensaciones me han arrastrado a esta calle, como cuerdas jalando al centro de mí, sintiendo estos adobes envejecidos como si fueran mi propio ser. Mi dolor, mi angustia está encadenada a esta estructura por algún peligro indefinido que no entiendo.
Sin embargo, esa impresión se va diluyendo, deshaciendo, con ese agradable aroma a tierra mojada, que asciende cálido como el agradecimiento y el perdón, presintiendo una nueva aurora adivinada, esa caricia del cielo que se presenta como una llovizna creciente después de una gran sequía, un leve, un perfumado aliento que anuncia una tímida esperanza de primavera, dulces promesas de verdores futuros, de floridas sonrisas, de abrazos. Entonces intuyo que hoy llegará una respuesta, un regalo largamente esperado para los habitantes de este hogar.
Ahora estoy sintiendo movimientos en la casa, se encienden algunas luces. Alguien está tocando con urgencia en una de las puertas. Imperativamente llama una y otra vez. En el interior, unos pasos se sienten, apresurados. Van a abrir.
El viaje ha terminado; La paz ha llegado a la casa. el anuncio por fin ha llegado. Y mi difuminada silueta se incorpora lentamente en partículas invisibles a la atmósfera anaranjada de la luz mañanera.
Gabriela Mourgues O.
Después de reposar tanto tiempo, de ensoñar en esa profunda noche sin pausas, me sorprendo incorporándome sin ninguna dificultad física ni dolor. La facilidad de movimientos me desconcierta. Es extraño sentir de nuevo la libre vitalidad de un niño de escasos años. Sin embargo algo hay en mí, una imprecisa sensación, un padecimiento subterráneo que me desasosiega; una sombría amenaza, un dolor inexplicado que me inunda completamente.
Simultáneamente siento la necesidad de examinarme. Y me veo sin ojos, sin brazos, ni piernas, sin rostro; soy una forma imprecisa, de bordes indefinidos, una sombra casi invisible meciéndose en el silencio, pero expectante, escuchando, mirando, entrometiéndome en un mundo al que ya no pertenezco… ¿Qué espero? ¿Por qué he venido? ¿A quiénes busco? ¿Quién me ha convocado?
Y de pronto la he recordado: La casa. Ella me ha llamado. ¡Tantas veces la he sentido cerca! Requiero verla, sentirla nuevamente…
Estoy frente a su fachada. La hora crepuscular en que me encuentro, me permitió encontrarla, verla, aunque sólo reconozco algunas partes. A medio construir todavía impone respeto en su sencillez, tan humilde, pero a la vez, tan ancha para los que vivimos allí. Con su opaco corredor y puertas cerradas parece misteriosa, pero no hostil ni peligrosa. Tal vez ya no es mi casa, ni mi lugar, pero paradojalmente todavía la siento amable y acogedora, reservada y al mismo tiempo ligada eternamente a mí, inquietante y gravitante con su presencia profunda.
Me conmueve esta casa, siento en sus puertas, en sus ventanas, algo que no puedo reconocer: un sentimiento, una íntima tristeza, una ansiedad, un sufrimiento, algo que no puedo precisar, que no entiendo.
No puedo definirlo, las palabras y explicaciones se me escapan como de una jaula abierta, revolotean imprecisas en torno a esta construcción, a esta morada, picoteando mi pecho, agujereando la paz, causándome una dolorosa angustia indefinida.
Comprendo por fin que eso me ha despertado, esas sensaciones me han arrastrado a esta calle, como cuerdas jalando al centro de mí, sintiendo estos adobes envejecidos como si fueran mi propio ser. Mi dolor, mi angustia está encadenada a esta estructura por algún peligro indefinido que no entiendo.
Sin embargo, esa impresión se va diluyendo, deshaciendo, con ese agradable aroma a tierra mojada, que asciende cálido como el agradecimiento y el perdón, presintiendo una nueva aurora adivinada, esa caricia del cielo que se presenta como una llovizna creciente después de una gran sequía, un leve, un perfumado aliento que anuncia una tímida esperanza de primavera, dulces promesas de verdores futuros, de floridas sonrisas, de abrazos. Entonces intuyo que hoy llegará una respuesta, un regalo largamente esperado para los habitantes de este hogar.
Ahora estoy sintiendo movimientos en la casa, se encienden algunas luces. Alguien está tocando con urgencia en una de las puertas. Imperativamente llama una y otra vez. En el interior, unos pasos se sienten, apresurados. Van a abrir.
El viaje ha terminado; La paz ha llegado a la casa. el anuncio por fin ha llegado. Y mi difuminada silueta se incorpora lentamente en partículas invisibles a la atmósfera anaranjada de la luz mañanera.
Freddy Mora | Imprimir | 128