martes 24 de septiembre del 2024
El Diario del Maule Sur
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Opinión 09-04-2023
UNA RESURRECCIÓN DE VIDA O UNA RESURRECCIÓN DE CONDENACIÓN

DOMINGO, 9 DE ABRIL DE 2023

La Resurrección de Jesucristo es el misterio más importante de nuestra fe cristiana. En la Resurrección de Jesucristo está el centro de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación. Por eso, la celebración de la fiesta de la Resurrección es la más grande del Año Litúrgico, pues si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe... y también nuestra esperanza. Y esto es así, porque Jesucristo no sólo ha resucitado Él, sino que nos ha prometido que nos resucitará también a nosotros. En efecto, la Sagrada Escritura nos dice que saldremos a una resurrección de vida o a una resurrección de condenación, según hayan sido nuestras obras durante nuestra vida en la tierra (cfr. Jn 5, 29).

1.- Así pues, la Resurrección de Cristo nos anuncia nuestra salvación; es decir, ser santificados por Él para poder llegar al Cielo. Y además nos anuncia nuestra propia resurrección, pues Cristo nos dice: “el que cree en Mí tendrá vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 40). La Resurrección del Señor recuerda un interrogante que siempre ha estado en la mente de los seres humanos: ¿Qué habrá en el más allá? ¿Cómo será la otra vida? ¿Habrá vida después de esta vida? ¿Qué sucede después de la muerte? ¿Qué es eso del Juicio Final? ¿Hay un futuro a pesar de que nuestro cuerpo esté bajo tierra, o esté hecho cenizas? La Resurrección de Jesucristo nos da respuesta a todas estas preguntas. Y la respuesta es la siguiente: seremos resucitados, tal como Cristo resucitó y tal como Él lo tiene prometido a todo el que cumpla la Voluntad del Padre (cfr. Jn 5, 29 y 6, 40). Su Resurrección es primicia de nuestra propia resurrección y de nuestra futura inmortalidad.

2.- ¿Cuándo sucederá esa resurrección prometida por Cristo? No sucede enseguida de la muerte, porque en la muerte quedan separados el alma del cuerpo. La muerte consiste precisamente en esa separación. Pero la resurrección sí sucederá en el “último día” (Jn 6, 54 y 11, 25); “al fin del mundo” (LG 48), es decir, en la Segunda Venida de Cristo: “Cuando se dé la señal por la voz del Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al son de la trompeta divina. Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1ª Tes 4, 16) (Catecismo de la Iglesia Católica #1001).¿Quién conoce este momento? Nadie. Ni los Ángeles del Cielo, dice el Señor: sólo el Padre Celestial conoce el momento en que “el Hijo del Hombre vendrá entre las nubes con gran poder y gloria”, para juzgar a vivos y muertos. En ese momento será nuestra resurrección: resucitaremos para la vida eterna en el Cielo -los que hayamos obrado bien- y resucitaremos para la condenación -los que hayamos obrado mal.

3.- La vida de Jesucristo nos muestra el camino que hemos de recorrer todos nosotros para poder alcanzar esa promesa de nuestra resurrección. Su vida fue -y así debe ser la nuestra- de una total identificación de nuestra voluntad con la Voluntad de Dios durante esta vida. Sólo así podremos dar el paso a la otra Vida, al Cielo que Dios Padre nos tiene preparado desde toda la eternidad, donde estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como está Jesucristo y como está su Madre, la Santísima Virgen María. Por todo esto, la Resurrección de Cristo y su promesa de nuestra propia resurrección nos invita a cambiar nuestro modo de ser, nuestro modo de pensar, de actuar, de vivir. Es necesario “morir a nosotros mismos”; es necesario morir a “nuestro viejo yo”. Nuestro viejo yo debe quedar muerto, crucificado con Cristo, para dar paso al “hombre nuevo”, de manera de poder vivir una vida nueva. Sin embargo, sabemos que todo cambio cuesta, sabemos que toda muerte duele. Y la muerte del propio “yo” va acompañada de dolor. No hay otra forma. Pero no habrá una vida nueva si no nos hombre viejo y de la manera de vivir de ese hombre viejo” ( Rom 6, 3-11 y Col. 3, 5-10).

4.- Y así como no puede alguien resucitar sin antes haber pasado por la muerte física, así tampoco podemos resucitar a la vida eterna si no hemos enterrado nuestro “yo”. Y ¿qué es nuestro “yo”? El “yo” incluye nuestras tendencias al pecado, nuestros vicios y nuestras faltas de virtud. Y el “yo” también incluye el apego a nuestros propios deseos y planes, a nuestras propias maneras de ver las cosas, a nuestras propias ideas, a nuestros propios razonamientos… cuando éstos no coinciden con la voluntad y los criterios de Dios. Durante toda la Cuaresma la Palabra de Dios nos ha estado hablando de “conversión”, de cambio de vida. A esto se refiere ese llamado: a cambiar de vida, a enterrar nuestro “yo”, para poder resucitar con Cristo. Consiste todo esto -para decirlo en una sola frase- en poner a Dios en primer lugar en nuestra vida y a amarlo sobre todo lo demás. ¿No es esto sencillamente el cumplimiento del primer mandamiento: Amar a Dios sobre todas las cosas? Y amarlo significa complacerlo en todo. Y complacer a Dios en todo significa hacer sólo su Voluntad... no la nuestra.

5.- Así, poniendo a Dios de primero en todo, muriendo a nuestro “yo”, podremos estar seguros de esa resurrección de vida que Cristo promete a aquéllos que hayan obrado bien, es decir, que hayan cumplido, como Él, la Voluntad del Padre (Jn 6, 37-40). La Resurrección de Cristo nos invita también a estar alerta ante el mito de la re-encarnación. Sepamos los cristianos que nuestra esperanza no está en volver a nacer. Mi esperanza no está en que mi alma reaparezca en otro cuerpo que no es el mío, como se nos trata de convencer con esa mentira que es el mito de la re-encarnación.
Y ¿qué significa resucitar? Resurrección es la re-unión de nuestra alma con nuestro propio cuerpo, pero glorificado. Resurrección no significa que volveremos a una vida como la que tenemos ahora. Resurrección significa que Dios dará a nuestros cuerpos una vida distinta a la que vivimos ahora, pues al reunirlos con nuestras almas, serán cuerpos incorruptibles, que ya no sufrirán, ni se enfermarán, ni envejecerán. ¡Serán cuerpos gloriosos!

6.- La Resurrección de Cristo nos invita, entonces, a tener nuestra mirada fija en el Cielo. Así nos dice San Pablo: “Busquen los bienes de arriba... pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra” (Col 3, 1-4).
¿Qué significa este importante consejo de San Pablo? Significa que la vida en esta tierra es como una antesala, como una preparación, para unos más breve que para otros. Significa que en realidad no fuimos creados sólo para èsta ante-sala, sino para el Cielo, nuestra verdadera patria, donde estaremos con Cristo, resucitados -como Él- en cuerpos gloriosos. Significa que, buscar la felicidad en esta tierra y concentrar todos nuestros esfuerzos en ello, es perder de vista el Cielo. Significa que nuestra mirada debe estar en la meta hacia dónde vamos. Significa que las cosas de la tierra deben verse a la luz de las cosas del Cielo. Significa que debiéramos tener los pies firmes en la tierra, pero la mirada puesta en el Cielo.

7.- Significa que, si la razón de nuestra vida es llegar a ese sitio que Dios nuestro Padre ha preparado para aquéllos que hagamos su Voluntad, es fácil deducir que hacia allá debemos dirigir todos nuestros esfuerzos. Entonces, nuestro interés primordial durante esta vida temporal debiera ser el logro de la Vida Eterna en el Cielo. Lo demás, los logros temporales, debieran quedar en lo que son: cosas que pasan, seres que mueren, satisfacciones incompletas, cuestiones perecederas... Todo lo que aquí tengamos o podamos lograr pierde valor si se mira con ojos de eternidad, si podemos captarlo con los ojos de Dios.
La resurrección de Cristo y la nuestra es un dogma central de nuestra fe cristiana. ¡Vivamos esa esperanza! No la dejemos enturbiar por errores y falsedades, como la re-encarnación. No nos quedemos deslumbrados con las cosas de la tierra, sino tengamos nuestra mirada fija en el Cielo y nuestra esperanza anclada en la Resurrección de Cristo y en nuestra futura resurrección. Que así sea.

Conclusión: Los cristianos debemos tener claro que nuestra fe es incompatible con la falsa creencia en la re-encarnación. La re-encarnación y otras falsas creencias que nos vienen fuentes no cristianas, contaminan nuestra fe y podrían llevarnos a perder la verdadera fe. Porque cuando comenzamos a creer que es posible, o deseable, o conveniente o agradable re-encarnar, ya -de hecho- estamos negando la resurrección. Y nuestra esperanza no está en re-encarnar, sino en resucitar con Cristo, como Cristo ha resucitado y como nos ha prometido resucitarnos también a nosotros. Recordemos, entonces, que la re-encarnación niega la resurrección... y niega muchas otras cosas. Parece muy atractiva esta falsa creencia. Sin embargo, si en realidad lo pensamos bien ... ¿cómo va a ser atractivo volver a nacer en un cuerpo igual al que ahora tenemos, decadente y mortal, que se daña y que se enferma, que se envejece y que sufre ... pero que además tampoco es el mío?

(*)Mario A. Díaz Molina es Profesor de Religión y Filosofía. Licenciado en Educación. Egresado de la Universidad Católica del Maule.


























Freddy Mora | Imprimir | 547