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jueves 02 de enero del 2025
Opinión 24-09-2023
Vayan también Ustedes a mi Viña…
Raúl Moris G. Pbro.
Una nueva llamada a la conversión nos hace el Evangelio de Mateo en la parábola de los trabajadores de la viña, una invitación a la metanoia, que no es un cambio meramente de carácter moral: pasar de portarse mal a portarse bien, sino una disposición a la apertura para un cambio radical de mentalidad, de modo que la estrechez de nuestras convicciones, de nuestros cálculos, de los principios, creencias y costumbres, con que ordenamos nuestra vida, pueda ser ensanchada por la contemplación y la acogida de la inconmensurable amplitud del pensamiento del Señor, de su Plan de Salvación; dilatación de nuestro modo de pensar y actuar, que por cierto nos va a sacar de la ilusión del control, de la comodidad de creer que con una serie discreta de prácticas piadosas tenemos ya conquistado el beneplácito de Dios; ensanchamiento que puede incluso llegar a ser doloroso, al vernos forzados a acoger en nuestras vidas a un Señor que no nos deja tranquilos, que nos desafía constantemente para que por fin seamos capaces de darnos cuenta de que su amor supera siempre nuestras más osados cálculos, de que su irrupción rompe los moldes mentales que han demostrado ser mucho menos flexibles de lo que alegremente creíamos.
Una de las llamadas en este Evangelio es a rebasar la tentación de imponerle al Señor nuestros propios criterios acerca de lo que es justo, acerca de lo que conviene, a rebasar la lógica del mérito, del esfuerzo para ganar un premio.
Dejémoslo claro de una vez: a Dios no se lo gana, no se lo compra con sacrificios y privaciones. No hay que hacer mérito para que Él se de cuenta que nosotros estamos aquí, necesitados de su atención, de Su Presencia, no hay que esforzarse por saltar en la fila, de manera que Él logre vernos, para que Él se fije en nuestra pequeñez, porque lo que la buena noticia que Cristo ha venido a anunciar es la absoluta prioridad y primacía de la gracia en nuestra historia de salvación.
Cuando caemos en la cuenta de que en nuestro horizonte aparece el Señor es cuando ya Él ha salido temprano a buscarnos: los trabajadores de la viña, no estaban agolpados a sus puertas para trabajar en ella, no estaban luchando por destacarse para ganar así la atención del que los va a contratar; es Él, quien ha salido a su encuentro, es Él, quien de temprano se ha dirigido al lugar donde ellos estaban, para ir por ellos, es Él, quien vuelve a salir una y otra vez a lo largo del día, quien se acerca a la plaza y los interpela, quien está preocupado de los que están sin trabajo, es Él, quien toma la iniciativa en toda la jornada relatada en la parábola: quien contrata, quien fija el salario, quien insiste en buscar nuevos obreros, quien los envía, quien llama al mayordomo al concluir el día.
Los trabajadores no habrían sabido siquiera de la existencia de la viña, si Él no hubiera salido a anunciar que necesitaba obreros, estarían todavía en la plaza viendo como las sombras se alargan, perplejos mientras lentas transcurren las horas.
Sin embargo, esta irrupción de la gracia en nuestra historia viene siempre a remecer nuestros criterios, nos obliga sin cesar a la oportuna revisión de la imagen que nos hacemos del Señor, porque ocurre justamente que, cuando más próximos nos sentimos a las cosas de Dios, es cuando nos empezamos a considerar tan cercanos, tan familiares, que empezamos a reprocharle que Él no se comporte ni actúe según nuestros exactos parámetros; es lo que les sucede a los primeros trabajadores.
El verbo que emplea Mateo para referirse al sordo reclamo de los primeros obreros va a ser el mismo con que en varias pasajes de su Evangelio (y lo mismo hacen los otros dos sinópticos) retratará el modo con que los fariseos se rebelaban contra las acciones y palabras de Jesús: en griego el verbo es gonguizo, en español tenemos uno que lo traduce con bastante precisión: rezongar; no es una abierta protesta la que inician los trabajadores, no es un decir las cosas de frente, expuestos, que muestre con claridad la perplejidad, la indignación, la incomprensión que se siente, para que pueda el otro hacerse cargo de ella, sino ese murmurar entre dientes, diagonal, oblicuo, tan oblicuo como la mirada soslayada y mezquina, que le lanzan los trabajadores al Dueño de la Viña -en la que Él también perspicaz y atento repara- sin pedir abiertamente explicación, mirada torva, envidiosa, resentida.
Un rezongo y una mirada que no permiten a quien los emite la posibilidad de llegar a imaginar siquiera que no hay injusticia en el trato del Dueño de la Viña: injusticia habría en el defecto: si hubiesen convenido en un salario y luego les hubiera regateado o arbitrariamente postergado el sueldo, o les hubiese intentado pagar de menos; pero dar el mismo salario a todos, a los primeros, como a los últimos, entra ya en otra categoría: en la del desborde gratuito de la gracia, en el del amor que generosamente y a manos llenas se quiere prodigar rompiendo con generosa gratuidad el molde de la justicia, sin ser injusto con nadie, sin dar a ninguno de menos.
La Metanoia que precisan los primeros trabajadores, el radical cambio de mentalidad que les urge, es darse cuenta de que trabajar desde temprano en la Viña es un modo de conocer mejor la índole de su Señor, y participar de su alegría, es una invitación a gozarse en la dispendiosa generosidad que Él está derramando al ir a buscar más desocupados para que tengan algo que hacer, porque no parece que la razón por la que el Dueño sale a la plaza tantas veces sea el necesitar de obreros, sino el solo saber que hay obreros necesitados de que haya uno que los contrate, uno que los envíe, uno que le de sentido y dirección a la fuerza de sus brazos.
El comienzo de la interpelación del Dueño de la Viña a uno de los primeros trabajadores es elocuente a este respecto: es una invitación a enderezar la mirada, a salir del rezongo: lo llama en griego hétairos (que en castellano se traduce como compañero, socio, amigo), antes que reprocharle su actitud, lo está invitando a mirar las cosa de otro modo, lo está invitando a ponerse en su lugar, a compartir con Él los criterios que desatan su desbordante alegría, lo está llamando a que reconsidere qué significa en realidad el trabajo que ha hecho y cuánto tendría que haber ganado trabajando no solo para Él, sino con Él, desde la mañana y soportando el calor del mediodía.
Lo está invitando a sumarse, a acoger con alegría el desborde incontenible de la gracia que es el modo de ser y actuar del Señor: el Agape, con el que Su Propia Vida se reparte y se comparte entre nosotros.
Freddy Mora | Imprimir | 339