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martes 17 de diciembre del 2024
Opinión 17-12-2024
¿Y NOSOTROS, ¿QUÉ DEBEMOS HACER?
Raúl Moris G., Pbro.
El Adviento es tiempo de esperanza y de lúcida alegría; como se alegra el centinela que, atento en su puesto de vigía, aguarda a que se asomen las primeras luces, que tímidas, pero irrefrenables, anuncian que la larga noche de la guardia está por acabar.
El Evangelio nos dará razones para insistir en la alegría, a pesar del sombrío paisaje que nos suele pintar la incertidumbre: Juan el Bautista; el Profeta que ha de tener la misión de ser el precursor del Mesías, inaugurando con su predicación el tiempo nuevo, el tiempo del Señor;, es uno que irrumpe en la historia concreta de su pueblo y en la del mundo, asumiendo sobre sí las palabras de Isaías, urgiendo al pueblo a la difícil tarea de allanar las sendas de su corazón para hacerlas transitables al paso del Señor; apareciendo como el que asume el eco de la lejana voz de la esperanza de Israel, como uno que aparece desde las brumas de un tiempo pretérito: Juan se manifiesta en el desierto, vive como un ermitaño, como los antiguos Nazires, hombres consagrados al Señor, que abandonaban todo negocio humano para ocupar la vida entera a la escucha de Dios, para prestarle su voz, sus manos, sus pies, sus fuerzas, para anunciarlo con el testimonio de sus vidas, de sus palabras y actos.
Juan viene a proclamar con sus palabras y con su signo más característico: el Bautismo en el Jordán, la necesidad de purificación, la necesidad de abrirse por entero al Señor, para acoger su modo de mirar el mundo, de estar en él; para dejar actuar en nosotros su Gracia renovadora, en otras palabras: viene a proclamar la necesidad de la Metanoia, de la Conversión.
El primer motivo para la alegría en este Evangelio será la capacidad de apertura universal de Juan el Bautista; expresada por Lucas en la inclusión de la diversidad de los tres grupos que se acercan a preguntarle qué hacer.
El primer grupo es anónimo, Lucas lo llama simplemente: “el gentío”; la multitud sin nombre que no se cansa de esperar, que logran descubrir en Juan una oportunidad para volver a alimentar su espera, para seguir caminando, un poco menos a tientas, un poco más consolados al tomar contacto con un hombre de Dios.
El segundo grupo está compuesto por Publicanos, los despreciados funcionarios del sistema de impuestos del Imperio, los hombres que perteneciendo al pueblo de Israel, se han doblegado sin más al poder de ocupación, y lo que es peor, han encontrado en él un nicho desde donde sacar provecho personal; son los colaboracionistas, los que se habían vendido sin chistar al poder de turno, y desde el lugar tras el cual se han parapetado, se las arreglaban, haciéndose cómplices de la opresión; son estos indeseables del pueblo de Israel lo que también se acercan a Juan para hacerse bautizar.
El tercer grupo está compuesto por soldados, Lucas no nos da mayores indicios que este nombre genérico; podemos suponer, por las costumbres a los que Juan los enfrenta: la Extorsión y la Delación, frecuentes en la soldadesca de las legiones romanas, que se trata de soldados de las tropas de ocupación, soldados a sueldo, lo que era característico de la Legión Romana; extranjeros y paganos.
En el momento actual que nuestra Iglesia y nuestra sociedad está viviendo, la pregunta por las razones de la alegría se alza de un modo particularmente urgente, como asimismo, el requerimiento que fueron a hacer a Juan, a orillas del Jordán, la muchedumbre, los publicanos y los soldados: Y Nosotros, ¿Qué debemos hacer? para animarnos en la esperanza, para rectificar nuestras sendas, para volver a construir las confianzas heridas, para volver a ponernos de pie como testigos delante de las nuevas generaciones, para avanzar decididamente por la senda abierta de la Sinodalidad, para que el anuncio de la Buena Noticia del Señor siga resonando creíble en los oídos de la humanidad, siga siendo una provocación que conmueva y desafíe las raíces de nuestras acciones y relaciones, siga siendo una invitación, que, al recibirla, nos empuje a apostar la vida entera por alcanzarla.
El Adviento es tiempo de esperanza y de lúcida alegría; como se alegra el centinela que, atento en su puesto de vigía, aguarda a que se asomen las primeras luces, que tímidas, pero irrefrenables, anuncian que la larga noche de la guardia está por acabar.
El Evangelio nos dará razones para insistir en la alegría, a pesar del sombrío paisaje que nos suele pintar la incertidumbre: Juan el Bautista; el Profeta que ha de tener la misión de ser el precursor del Mesías, inaugurando con su predicación el tiempo nuevo, el tiempo del Señor;, es uno que irrumpe en la historia concreta de su pueblo y en la del mundo, asumiendo sobre sí las palabras de Isaías, urgiendo al pueblo a la difícil tarea de allanar las sendas de su corazón para hacerlas transitables al paso del Señor; apareciendo como el que asume el eco de la lejana voz de la esperanza de Israel, como uno que aparece desde las brumas de un tiempo pretérito: Juan se manifiesta en el desierto, vive como un ermitaño, como los antiguos Nazires, hombres consagrados al Señor, que abandonaban todo negocio humano para ocupar la vida entera a la escucha de Dios, para prestarle su voz, sus manos, sus pies, sus fuerzas, para anunciarlo con el testimonio de sus vidas, de sus palabras y actos.
Juan viene a proclamar con sus palabras y con su signo más característico: el Bautismo en el Jordán, la necesidad de purificación, la necesidad de abrirse por entero al Señor, para acoger su modo de mirar el mundo, de estar en él; para dejar actuar en nosotros su Gracia renovadora, en otras palabras: viene a proclamar la necesidad de la Metanoia, de la Conversión.
El primer motivo para la alegría en este Evangelio será la capacidad de apertura universal de Juan el Bautista; expresada por Lucas en la inclusión de la diversidad de los tres grupos que se acercan a preguntarle qué hacer.
El primer grupo es anónimo, Lucas lo llama simplemente: “el gentío”; la multitud sin nombre que no se cansa de esperar, que logran descubrir en Juan una oportunidad para volver a alimentar su espera, para seguir caminando, un poco menos a tientas, un poco más consolados al tomar contacto con un hombre de Dios.
El segundo grupo está compuesto por Publicanos, los despreciados funcionarios del sistema de impuestos del Imperio, los hombres que perteneciendo al pueblo de Israel, se han doblegado sin más al poder de ocupación, y lo que es peor, han encontrado en él un nicho desde donde sacar provecho personal; son los colaboracionistas, los que se habían vendido sin chistar al poder de turno, y desde el lugar tras el cual se han parapetado, se las arreglaban, haciéndose cómplices de la opresión; son estos indeseables del pueblo de Israel lo que también se acercan a Juan para hacerse bautizar.
El tercer grupo está compuesto por soldados, Lucas no nos da mayores indicios que este nombre genérico; podemos suponer, por las costumbres a los que Juan los enfrenta: la Extorsión y la Delación, frecuentes en la soldadesca de las legiones romanas, que se trata de soldados de las tropas de ocupación, soldados a sueldo, lo que era característico de la Legión Romana; extranjeros y paganos.
En el momento actual que nuestra Iglesia y nuestra sociedad está viviendo, la pregunta por las razones de la alegría se alza de un modo particularmente urgente, como asimismo, el requerimiento que fueron a hacer a Juan, a orillas del Jordán, la muchedumbre, los publicanos y los soldados: Y Nosotros, ¿Qué debemos hacer? para animarnos en la esperanza, para rectificar nuestras sendas, para volver a construir las confianzas heridas, para volver a ponernos de pie como testigos delante de las nuevas generaciones, para avanzar decididamente por la senda abierta de la Sinodalidad, para que el anuncio de la Buena Noticia del Señor siga resonando creíble en los oídos de la humanidad, siga siendo una provocación que conmueva y desafíe las raíces de nuestras acciones y relaciones, siga siendo una invitación, que, al recibirla, nos empuje a apostar la vida entera por alcanzarla.
Freddy Mora | Imprimir | 125